viernes, 17 de febrero de 2012

La Reforma Laboral

Tras la aprobación de la reforma laboral por el Consejo de Ministros, decidí dejar pasar unos días antes de opinar sobre la misma en este blog. Tenía la esperanza de que eso me ayudase a tener claro si las medidas iban a servir para crear empleo, si no a corto plazo, si al menos a medio o largo. Sin embargo, he de decir que a pesar de haber oído y leído todo tipo de opiniones, no he logrado salir de la duda, y pienso que eso mismo le ocurre a la gran mayoría de la gente. Admitido lo anterior, al ciudadano medio no le queda otra que resignarse y aceptar la reforma, en parte porque es una exigencia de Bruselas y en parte por probar, a ver si esta es la definitiva.

En mi ya larga carrera laboral de más de 20 años he transitado por muchas empresas, y he conocido muchos cambios de legislación. Al parecer, ninguno de ellos ha sido eficaz, más bien parecen haber sido contraproducentes. Cada vez hay más modalidades de contratos (en esta ocasión, otro más), y toda una maraña de bonificaciones y ayudas. Mi experiencia me dice que todo eso es absolutamente inútil, que la decisión de contratar siempre es consecuencia de una necesidad de la empresa, y si por el camino cae una bonificación, miel sobre hojuelas. Cierto es que puede haber también necesidades de prescindir de personal y que esta decisión sí tiene costes. Personalmente creo que esos costes deben existir, no sólo como una protección para el empleado, sino también como un mecanismo de autocontrol del mercado: costes de despidos demasiado bajos o nulos fomentan la rotación innecesaria, y tienen un coste social mucho mayor.

En cualquier caso, vamos a confiar en que la flexibilidad introducida pueda tener algún efecto positivo, aunque va a depender fundamentalmente de la voluntad de los empresarios. Aquí, como siempre, habrá de todo. Mucho me temo que una gran mayoría, sobre todo de empresas grandes, van a aprovechar para ajustar sus costes laborales a gran escala, vía despidos masivos.

La otra opción es una bajada de salarios. Esto se corresponde con la única salida que nos deja la política estúpida de la Unión Europea (Alemania): la devaluación interna. Al no poder devaluar la moneda, la única forma de ser más competitivos es reduciendo los costes laborales. Desgraciadamente, esto no soluciona nada a largo plazo, ya que no se afronta de verdad el gran reto de incrementar la productividad por empleado, lo que sólo es posible invirtiendo en educación y en innovación. No podemos quedar como un país de sueldos bajos. Una vez más, me gustaría equivocarme en mi predicción de que no saldremos de esta sin inversión pública, además de reformas.

Por tanto, mi impresión es que mientras no cambie dicha política, a corto plazo esta reforma no servirá para mucho (lo cual es lógico), pero tampoco a largo plazo será útil, ya que seguiremos obviando los principales problemas de competitividad de las empresas españolas.

jueves, 9 de febrero de 2012

De vuelta

Al retomar este blog después de dos meses de parón, me encuentro con que la situación sigue estancada en el mismo punto en que lo dejamos. Sin embargo, cada vez es mayor el consenso acerca de que el mito de la "austeridad expansiva" es una estafa. Han tenido que pasar dos años para darnos cuenta, dos años perdidos en los que todo se ha ido deteriorando, como un edificio a medio construir paralizado y expuesto a los elementos. Curiosamente, el único sitio donde no se acepta que son necesarias políticas expansivas de crecimiento para salir de la crisis es en Merkozylandia, país donde los datos no son datos. Los que durante algún tiempo hemos hecho el papel de Pepito Grillo seguiremos insistiendo en nuestra idea: hace más de 70 años que disponemos de las herramientas necesarias para resolver situaciones como la actual, el misterio es por qué no queremos utilizarlas.

Cuando parece que la crisis griega puede resolverse por fin al gusto de los bancos alemanes (aunque está todavía por ver si esta es la definitiva), la siguiente pregunta es: ¿y ahora, qué? Parece ser que ahora más paro, más recesión, más ajustes, más recortes sociales, y así hasta el infinito. El hada de la confianza aparecerá por fin y nos rescatará, nos dicen, pero hasta ahora nadie la ha visto.

Es aterrador pensar que no hemos aprendido nada de crisis anteriores y que finalmente actuamos como nuestros retatarabuelos, que ofrecían sacrificios a los dioses para aplacar su ira. Hoy se juega del mismo modo con el miedo de la gente: miedo al déficit, miedo a la deuda, miedo a lo que nos harán los mercados si no hacemos lo que nos piden, miedo a la democracia. Sacrificamos sueños de jóvenes que se sienten estafados, de padres de familia que se quedan en paro, de mayores que ven reducidas sus pensiones ya mínimas.

Debe actuarse a corto plazo de manera urgente. Por supuesto que son necesarias reformas: laboral, administrativa, educativa y financiera. Pero estas reformas, aun siendo imprescindibles, tendrán efecto a medio plazo, en el mejor de los casos. Y sobre todo, no evitarán futuras crisis, sino que como mucho harán que éstas sean menos violentas. Por cierto, sobre las reformas habría que discutir acerca de cuáles queremos hacer, porque parece que se impone la idea de que la única reforma posible es la eliminación de regulaciones y de derechos. La falta de debate sobre estos temas es muy preocupante.
Para actuar en el corto plazo no nos queda más remedio que movilizar todos los recursos disponibles para estimular el crecimiento, y debe hacerse ya, cuando en Estados Unidos y Japón llevan ya dos años aplicándolas. Lo contrario será condenar a varias generaciones a un estado de semiprobreza, y sobre todo hipotecar las posibilidades de futuro de toda Europa.