jueves, 24 de noviembre de 2011

Motivos para el optimismo

¿Se puede pisar el freno y el acelerador a la vez? Lo pilotos de rally pueden saberlo mejor que yo, sin duda, pero en economía la respuesta es clara. Creo sinceramente, y así lo he repetido en este blog muchas veces y mucho antes de los actuales cambios de opinión, que la austeridad siempre reduce el crecimiento, y si este es anémico, entonces directamente nos aboca a la recesión. Lo grave además es que ahora lo estamos de nuevo en un plazo de sólo dos años. Y lo que más me sorprende todavía a estas alturas es la falta absoluta de argumentos por parte de los que defienden los recortes presupuestarios, más allá de los consabidos mensajes repetitivos llenos de clichés. Ninguna demostración, ningún razonamiento coherente, nada de nada, cuanto peor es la crisis más cargados de razón parecen, y mientras tanto todos los países de la eurozona van cayendo. El principal motivo que se escucha es el peligro de la inflación, que es un tema especialmente sensible en Alemania, como si la situación actual fuese la misma de 1923, con un país destruido por la Gran Guerra y baldado por la exigencia de pago de indemnizaciones imposibles. Pero los estímulos no son inflacionarios cuando no hay crecimiento, esto sí es una evidencia histórica. Lo que tenemos que aceptar es que los que actualmente manejan los gobiernos y las instituciones internacionales, simplemente no tienen ni idea, no ya de las soluciones sino incluso de las causas de la actual crisis, y sin embargo, apoyándose en las teorías de los mismos que con su irresponsabilidad ciega nos llevaron a esta situación, ahora nos asustan con los mitos de la austeridad. No seré yo quien defienda que no son necesarios profundos cambios en el funcionamiento de las economías europeas y en sus estructuras políticas y productivas. Creo que es imprescindible que se produzca un replanteamiento y un análisis a fondo de las leyes que sostienen el estado del bienestar y del papel del sector público, pero el objetivo debe ser la búsqueda de la eficiencia, modernizando los mecanismos y los procedimientos. Hay un largo recorrido para la GESTIÓN en el sector público, pero también en el sector privado, como puedo atestiguar después de mas de veinte años de experiencia en el mismo. Los recortes lineales que se están haciendo no mejoran la productividad, no atacan el núcleo de los problemas, no resuelven las ineficiencia, en definitiva, no sirven para nada, salvo para agravar nuestra situación. En el camino nos podemos cargar la educación, la sanidad, la solidaridad, y también el empleo y nuestras posibilidades de futuro. Y con este panorama, podemos encontrar motivos para el optimismo en el empuje individual de millones de personas, que desafían a la crisis y al miedo para salir adelante. Nuestro país ya tiene experiencia en eso, en años mucho mas duros que los actuales. La de nuestros padres sí que fue una generación perdida, y sin embargo construyó un país moderno, culto y solidario partiendo de la nada. No nos carguemos esa herencia, y defendámosla de los ataques de aquellos que se creen superiores. El castigo a la deuda alemana les llevará a darse cuenta de que, o salimos juntos, o no salimos.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El ministro de Economía

No es el objeto de este blog realizar valoraciones políticas o partidistas, salvo cuando lo justifique su incidencia en la economía o la importancia de los hechos. Este es el caso de las elecciones del 20-N, por lo que me voy a permitir unos muy breves comentarios.

En primer lugar, el tremendo varapalo sufrido por el PSOE muestra, en mi opinión, el error de las estrategias defensivas basadas en el miedo y en la no asunción de responsabilidades. Creo que es indudable, y así lo he dicho a menudo, que a veces es bueno reconocer los errores, para a partir de ahí poder ofrecer alternativas nuevas e ilusionantes que puedan arrastrar a la gente. El liderazgo, y no sólo el político, tiene como uno de sus principales fundamentos la capacidad de pedir perdón, que sin duda es una de las manifestaciones principales de la empatía de un líder verdadero. Los mensajes negativos, el intento de meter miedo ante los posibles recortes sociales y de derechos, no han funcionado, porque el pasado es pesado, y el futuro siempre está por venir. La capacidad de perdonar es grande cuando hay arrepentimiento, y es el primer paso para poder empezar a re-construir la confianza en alguien.

En segundo lugar, el PP ha obtenido una victoria aplastante debido sobre todo al desplome de su principal adversario. Ello indica entre otras cosas que el mapa sociopolítico de España está bastante bien definido, y que la clave casi siempre es no perder a los propios votantes. Cuando uno de los dos principales partidos pierde votos, pocos se trasvasan al otro lado, sino que suelen ir a la abstención o a formaciones minoritarias. En este sentido, hace bien Rajoy cuando realiza el llamamiento a todos, pues sabe que es el único modo de que la sociedad acepte los duros sacrificios que sin duda va a pedir.

Y ahora la principal incógnita es saber quién va a ser el nuevo Ministro de Economía, cargo más importante que el de Presidente del Gobierno. Desde luego, en la situación actual se requiere un cierto grado de masoquismo para aceptar el cargo, pero de eso no andamos faltos en España. Yo mismo, de hecho, me ofrezco para el puesto: tengo experiencia profesional, buena formación, las ideas muy claras respecto a lo que habría que hacer (y que defiendo en este blog) y estoy en paro. Además, estoy mejorando mi inglés. Pero como de momento el grado de influencia de este blog es pequeño, no lo veo muy probable. Tal vez una Secretaría de Estado, o incluso una Dirección General...

Hablando un poco más en serio, mi propuesta es Luis Garicano, economista de prestigio y catedrático en la London School of Economics. Aunque discrepo en algunas cosas, creo que su visión es la más acertada, y recomiendo vivamente sus comentarios en el blog de FEDEA "Nada es gratis", del que os dejo el enlace: http://www.fedeablogs.net/economia/

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El patrón euro

Hasta la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado, las economías mundiales se regían por lo que se llamaba el patrón oro, que suponía que la masa monetaria en circulación debía estar respaldada por existencias de dicho metal precioso. El modelo funcionó durante mucho tiempo por los crecientes hallazgos de minas auríferas, que posibilitaban una modesta expansión monetaria y económica. Todos los días se extraían de las profundidades de la tierra toneladas de oro, que inmediatamente se volvían a enterrar bajo tierra en las cajas fuertes de los bancos centrales de todo el mundo, de modo que puede decirse que el oro no llegaba a ver la luz del sol. El sistema era indiscutido, y se consideraba garantía de estabilidad y antídoto contra las crisis cíclicas, por lo que la principal preocupación de los responsables de dichos bancos centrales era tener las suficientes reservas en sus cámaras. Como el transporte de oro era costoso y peligroso, muchos bancos tenían en sus instalaciones parte de las reservas de otros bancos, de modo que cuando había transacciones de reservas entre países, simplemente se desplazaba el oro unos metros. Esto que hoy nos parece absurdo era la base del sistema financiero a principios del siglo XX.

La Gran Depresión acabó con todo ello, y uno tras otro los países fueron abandonando el patrón oro, en un reconocimiento de sus peligrosas limitaciones, ya que era un impedimento para el crecimiento. El Tesoro de EEUU no tuvo restricciones para la emisión de moneda, y este cambio en el sistema monetario, unido a la aplicación de las políticas keynesianas de estímulo público de la demanda, sacaron al mundo de su mayor crisis económica.

Los sistemas monetarios que se implantaron al final de la 2ª Guerra Mundial en Bretton Woods se basaron en el dólar como moneda internacional. Se crearon el FMI y el Banco Mundial, y en general se apostó por eliminar el proteccionismo e impulsar el libre comercio. Y hoy se olvida, pero el Plan Marshall permitió a los países europeos reconstruirse tras la guerra, y a los EEUU encontrar mercados en los que comprar y vender. Esto produjo una prosperidad de 50 años, durante los cuales no hubo cambios significativos en el funcionamiento de las finanzas internacionales.

Sin embargo, dos hechos fundamentales vinieron a modificar drásticamente este status quo, y son los principales culpables de que hayamos llegado a la situación actual. Por un lado, la derogación de la Ley Glass-Steagall en 1999, y por otro la implantación del euro, casi al mismo tiempo. Lo primero dio lugar al florecimiento de la industria de los derivados. Las consecuencias de lo segundo las estamos viendo hoy.

No me cabe duda de que el euro, en las condiciones actuales, no puede funcionar. Se trata de un sustituto del marco alemán, y equivale por su rigidez al antiguo patrón oro, sólo que hoy las limitaciones no vienen por la escasez del metal dorado, sino por la política presupuestaria de Alemania, que se impone a las necesidades diferentes del resto de países de la Eurozona. Y como dice Krugman, esto condena a España e Italia, entre otros, a ser países tercermundistas, obligados a operar en una moneda extranjera.

Sólo hay dos soluciones: o se avanza drásticamente en la unión no sólo política y monetaria, sino también cultural y de educación, o adios al euro. No hay tercera vía. La buena noticia es que finalmente se impondrá la primera, ya que los costes de la segunda son inimaginables. El BCE será el prestamista de último recurso, y Alemania suavizará sus exigencias fiscales permitiendo un respiro a sus socios e impulsando políticas de estímulo. Lo único malo será el tiempo perdido, los millones de parados, las ilusiones rotas, las familias destrozadas.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Contra el dogma

Quienes hayan seguido un poco las opiniones que reflejo en este blog se habrán percatado sin duda de que insisto una y otra vez en una serie de ideas, en relación con los problemas que la crisis ha generado y las políticas que se están adoptando. Mis consideraciones acerca de que la austeridad no funciona y de que el diagnóstico que se ha hecho de la crisis es erróneo no proceden de una orientación ideológica predeterminada, sino del puro y simple análisis de los hechos, y sobre todo, del estudio de las experiencias anteriores. El ser humano es el único que tropieza, no dos veces, sino infinitamente, con la misma piedra. Tal vez el motivo sea un cierto deseo narcisista de sentirnos únicos y originales, de vanidad de superar a nuestros antecesores, desde luego mucho más ingenuos que nosotros. Por eso, solemos despreciar los ejemplos que la historia nos brinda.

Cuando he defendido las incoherencias del análisis que han hecho los guardianes de la ortodoxia, me he apoyado frecuentemente en mis propias experiencias durante muchos años en un sector de la construcción hoy estigmatizado, y también cuando trabajé en el sector inmobiliario. Ello me permitió vivir y conocer desde dentro cómo se gestó la burbuja, y sobre todo me dió la oportunidad de conocer de primera mano las motivaciones y los mecanismos que estaban detrás de las decisiones que se tomaron, y por ello puedo opinar con conocimiento de causa. Pero también he recurrido a las enseñanzas de la historia económica, y más en concreto, de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Cuando el presidente Roosevelt puso en marcha su vasto programa de estímulo, lo que conocemos como el New Deal, la economía estadounidense se puso de nuevo en marcha, pero el miedo a la deuda hizo que en 1937 se volviese a una política de austeridad que devolvió al país a la recesión, por haber retirado los estímulos demasiado pronto. Ese guión lo estamos viendo repetido hoy en Europa. Pero hay otro ejemplo mucho más reciente, el de Japón en los 90. Y hoy lo ha recordado en una entrevista en El País el economista jefe del banco de inversión japonés Nomura, Richard Koo. Creo que sus palabras deberían ser un aldabonazo en la conciencia de los políticos europeos, pero también en la de los ciudadanos comunes, que viven en un grandioso engaño colectivo que les impulsa a creer que hay que ser austero para salir de la crisis.

Me van a permitir que transcriba en este blog sus palabras, pues son el mejor análisis que he visto hasta la fecha de la crisis. Dice Koo:

"La economía japonesa cabalgaba a lomos de una burbuja enorme, inmobiliaria y de crédito, que explotó en 1990. Desde entonces, sus políticos han intentado aplicar todo tipo de curas sin apenas éxito. El diagnóstico fue equivocado. No supimos ver que el país estaba aquejado de una rara enfermedad económica que se da una vez en un siglo, muy parecida a la que afronta ahora casi todo el Atlántico Norte, cuyas autoridades demuestran a diario que no han aprendido nada de la experiencia japonesa. Las consecuencias para Japón fueron dos décadas perdidas; si Europa persiste en su pésima gestión, le queda por delante década y media de crisis. El diagnóstico erróneo, en Europa, es pensar que esta es una crisis fiscal. Falso: la crisis empezó en el sector inmobiliario estadounidense y se transformó en una tormenta financiera global. Y sigue siendo una crisis bancaria, que ha acabado contagiando a la economía (el cierre del grifo del crédito degeneró en desempleo y recesión) y a las cuentas públicas (castigadas por las ayudas a la banca y los costes del Estado de bienestar en pleno desplome económico). Ha contagiado incluso una suerte de aluminosis al edificio institucional europeo, incapaz de mostrarse resolutivo en unos rescates que parecen más diseñados para salvar a los bancos que para ayudar a los países con problemas. Las entidades financieras, en especial las alemanas, están cargadas de activos tóxicos (y de deuda pública, que va camino de alcanzar ese estatus). En España, la toxicidad procede de un empacho de ladrillo. Pero Berlín y Bruselas están convencidos de que la crisis es esencialmente fiscal, y que el remedio es una sobredosis de ajustes vía BCE, FMI, reformas constitucionales, lo que sea. Es un completo disparate.

En esas condiciones, cuando la demanda privada es anémica, cuando ni siquiera hay crédito, sólo el sector público puede dar un volantazo para evitar la agonía. Así lo hizo Japón en los noventa, y el mundo entero tras la quiebra de Lehman. Esa reacción suele ser automática. Luego llega lo difícil, el momento del pánico: en 1997 Japón cometió un error fatal, se asustó del abultado déficit en un país envejecido, estancado, sobreendeudado: ¿suena familiar? Entonces puso en marcha un duro plan de austeridad y subió impuestos: ¿también le suena? Y eso dio paso a una recesión profunda y al colapso de la banca: eso aún no le suena, pero le va a sonar. EE UU aún no se ha asustado tanto, pero Europa es otra historia: esas curas de austeridad que receta Alemania son contraproducentes. Si querían reducir el déficit, van a tener lo contrario: una recesión como la que viene es la mejor manera de que la crisis fiscal empeore. Sin estímulos, a Europa le espera una larga temporada de atonía y a España dos décadas perdidas a la japonesa.

La deuda japonesa está en el 200% del PIB, la estadounidense y británica en máximos, y en cambio los intereses que pagan esos países son bajísimos. Hay una razón: los ciudadanos tienen miedo, ahorran mucho y compran deuda pública: por eso los intereses son mínimos y aún hay margen para el estímulo. Europa y su crisis fiscal morrocotuda no son una excepción. La única diferencia es que al compartir el euro, el ahorro de los españoles vuela a Alemania, el país más seguro y sin riesgo de tipo de cambio. Gran parte del ahorro europeo va a los bonos alemanes, que paga intereses irrisorios. ¿Qué hace Alemania con ese dinero? Nada de nada. Pero quizá eso cambie: la recesión les va a golpear. Van a tener que gastar.

La lluvia de liquidez sobre la banca no sirve: la política monetaria es inútil. Hay que volver a los estímulos fiscales. Y anunciar que se va a impedir, en el plazo de unos años, que los ciudadanos de un país inviertan en la deuda de otro país europeo. De esa manera la deuda de cada país será proporcional al ahorro interno y eso impedirá cosas raras.

En cuanto a los bancos, hay que darles tiempo y dinero para que se quiten la basura de los balances y no cierren el crédito. Trichet dijo que la ciudadanía no está preparada para aceptar una segunda ronda de ayudas a la banca, pero ese era su trabajo: convencer a la gente de que eso es imprescindible. Trichet debió ser despedido por no hacer su trabajo.

¿Y España? Si el próximo Gobierno sigue con los recortes la recesión será muy dura, el paro crecerá y el déficit aumentará. Mirar solo las cuentas públicas no es suficiente: hay que ver lo que sucede en el sector privado, que está tratando de reducir deuda a toda costa. Si el sector público también lo hace, la cosa se complica. La respuesta está en una Europa menos atrapada por los prejuicios. Hay que suavizar los ajustes, arreglar los bancos y hacer que quienes tienen margen estimulen su economía. Alemania se benefició durante años de la política económica europea. Cuando peor le iba, la eclosión de sus exportaciones no se dirigió hacia Asia ni EE UU, sino hacia Europa. Es el momento de que los alemanes devuelvan a los europeos el favor que les hicieron cuando las cosas les iban mal, cuando disfrutaron de tipos bajos y de la flexibilidad que ahora ellos no conceden a sus socios.

Los chinos han comprendido los problemas mejor que nadie. En 2009 pusieron en marcha uno de los paquetes de estímulo más ambiciosos y mejor orientados del mundo. Luego siguieron con ellos: son una dictadura, gracias a ello se lo pueden permitir. Mientras Europa y EE UU discuten de riesgo moral, de Keynes y Hayek, de estímulos y austeridad cargados de dogmas, China está a otra cosa. A quienes advierten de una burbuja hay que decirles que los chinos nos pueden dar lecciones de realismo. A la Europa contemporánea construida con esa extraña mezcla de creencias cristianas y dudas griegas, que decía Polanyi, hay que añadirle ahora ciertas dosis de realismo chino y las enseñanzas de la experiencia japonesa para recuperar el aliento.

martes, 8 de noviembre de 2011

El debate

En materia económica, poco se puede esperar de un debate entre políticos, y lo de ayer no fue una excepción. Por ello, me extenderé muy poco en analizar lo que se dijo, y muy poco más en lo que se dejó sin decir. Además, con un candidato que tenía poco que ganar, y que por tanto se dedicó a dejar pasar los minutos sin arriesgarse a meter la pata, y con el otro demasiado atenazado por el peso de la responsabilidad en los últimos años de gobierno, lo que le impide adoptar una actitud constructiva, la conversación se limitó a la repetición de una serie de tópicos y lugares comunes. La fórmula de debate, además, nos impidió disfrutar de los cuerpo a cuerpo, y convirtió la única posibilidad de confrontación de ideas en una mera sucesión de frases hechas, y además, leídas.

Por lo que se refiere a las ideas económicas, una vez más la NADA absoluta. Ayer volvimos a constatar que la solución a la crisis que estamos pasando en España es... hacer las cosas bien. Ni siquiera yo puedo discrepar de esta afirmación, pero cuando afino el oído (en mi caso, mi audífono) para recibir con golosa impaciencia una lista de propuestas que defender o criticar, me encuentro con... nada otra vez. Ligeras alusiones a lo que hacer con los distintos impuestos, compromiso de mantener las prestaciones sociales (desempleo, pensiones), acuerdo en que hay que apretarse el cinturón, y pare usted de contar. Vuelve a repetirse que la culpa de todo la tiene, según unos, el despilfarro del Gobierno (parece que sólo el Central, sus autonomías no han tenido nada que ver), y según los otros la burbuja inmobiliaria, que se puso en marcha y se fomentó antes de que ellos gobernasen (sin hacer referencia a que estos mismos que la critican no hicieron nada por pincharla, ¿o ya no se acuerdan de cuando se hablaba del "aterrizaje suave"?).

Nadie habló de Europa, de los peajes a pagar por culpa del Tratado de Lisboa, de la ineficacia de las políticas de austeridad dura impuestas por Alemania, de la necesidad de un cambio drástico en el funcionamiento del BCE, de la incongruencia que significa que se nos exija que fomentemos el crecimiento y el empleo y al mismo tiempo redoblemos nuestros sacrificios presupuestarios. Tampoco se habló casi nada de los problemas de la educación y la sanidad, pese a que un tercio del debate estaba dedicado a esos temas. Ninguna referencia a los movimientos sociales de protesta, que son otra forma de manifestar el descontento.Y así todo. Casi hubiera preferido una peli de Rohmer.

Tuve un destello de esperanza al principio, cuando un candidato habló de la necesidad del estímulo público en la economía, y por un instante sentí el cosquilleo del interés. Si además de haber continuado por ese camino, hubiese hecho un poco de autocrítica, creo que sus propuestas habrían sido más creíbles y habría tenido más posibilidades de movilizar a un porcentaje de indecisos. Por su parte, el otro candidato perdió la oportunidad de defender modelos de colaboración público-privada como una alternativa de inversión, una más que no se debe menospreciar.

Por último, me quedo con una frase que escuché casi de pasada (aunque como a veces el audífono me pita, a lo mejor la soñé): al referirse a la discusión europea sobre los ajustes, alguien aseguró que esas ideas, las de una Europa nueva, con un nuevo papel del BCE, se discutirían sin duda, poniendo en evidencia el fracaso absoluto de lo que se nos ha vendido hasta ahora como la ortodoxia. Y me fui a dormir.

Post-data: descanse en paz Joe Frazier. Cuando era niño, existían los héroes, y algunos eran de carne y hueso, como este púgil bajito pero feroz.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Here comes the sun

Una vez que se ha dado marcha atrás con el referéndum griego, todo parece indicar que lo del primer ministro Papandreu ha podido ser un error de cálculo político, aunque su intencionalidad parecía bastante clara: se trataba de colocarse en una posición en la que pudiese negociar con más fuerza con la Unión Europea. Y a pesar de este fracaso, se puede decir que ha logrado su objetivo: hoy Grecia está en una posición más fuerte, y ha forzado a los líderes europeos a asumir la realidad. Esta no es otra que una Europa donde es necesario un replanteamiento total.
Muchos de los problemas que hoy tiene Grecia, y de rebote todos sus socios, vienen de la nefasta gestión de la crisis de la deuda y del fraude presupuestario. No hay duda de que el retraso en la adopción de soluciones verdaderas no ha hecho más que agravar la situación y hacer más difícil la resolución de la misma. Hoy el déficit y la deuda son mayores, no sólo en Grecia sino también en España, Italia, Francia o Bélgica, y no sólo eso, sino que ahora además se habla de fin del euro y explosión de la Unión Europea. Para llegar hasta aquí no habrían hecho falta tantos viajes.
Mi visión es que el diagnóstico de la situación ha sido erróneo desde el principio. Y ello es debido en buena parte a la naturaleza de los analistas encargados de realizarlo. La mayoría de los que hoy opinan sobre economía son antiguos o actuales empleados de entidades relacionadas con el mundo financiero, ya sean bancos, fondos de inversión o agencias, y ello condiciona su visión de las cosas: tienen tendencia a considerar que el mundo es únicamente una masa monetaria, y cualquier problema que irrumpe en el escenario se ve como una anomalía en un modelo de proyección financiera. Y aunque el componente financiero (de deuda) de la crisis es fundamental, el contagio a la mal llamada economía real la ha convertido en algo más complejo que no puede resolverse con apelaciones a la austeridad. No se trata ya de alteraciones en el balance de los bancos o de los Estados, que pueden resolverse con la llegada de capital fresco. Se trata de que la economía se ha parado, las instalaciones productivas funcionan bajo mínimos y no se renuevan, no se invierte en investigación y desarrollo, y Europa corre el riesgo cierto de verse definitivamente rezagada.
Alguna de las medidas que ya hemos apuntado varias veces en este blog, como la bajada de tipos de interés, ya se están empezando a tomar, aunque dolorosamente tarde. Todo apunta que se seguirán dando más pasos, como convertir al BCE en el prestamista de último recurso, única medida que calmaría a los mercados, como ocurrió en EEUU. Será necesario además que pueda darle a la maquinita de imprimir billetes, y que se avance en la coordinación de las políticas fiscales. De ese modo, no serían necesarias las tan temidas cesiones de soberanía, y desde luego se evitarían los espectáculos bochornosos como la modificación de la Constitución en España por la puerta de atrás, medida que el tiempo ha revelado completamente inútil. Sin embargo, lo principal todavía debe plantearse: debe sustituirse la austeridad por programas de expansión que pongan en funcionamiento la economía productiva. Lo que está pasando en Europa es muy grave y muy triste, y a muchos nos está arrasando por la vía del paro, pero también puede ser la oportunidad para convertir por fín este viejo proyecto político de unión en una realidad más próxima a los sueños de los que lo iniciaron hace 60 años. Permítanme por una vez, con la que está cayendo, que sea optimista.