lunes, 31 de octubre de 2011

Truco o trato

Pues ya está aquí la lluvia. En un post anterior manifesté mi visión pesimista ante los acuerdos de los líderes europeos, y las negativas consecuencias que van a tener para todos. Al día siguiente, las bolsas de toda Europa reaccionaban positivamente, con euforia incluso (al acuerdo, no a mis predicciones). No era para menos, los europeos se habían puesto de acuerdo en algo, aunque ese algo fuese insustancial y además justo lo contrario de lo que necesitamos. Hoy, unos días después, la fiesta se ha acabado y vuelven las caídas. La explicación, una vez más, está en la cada vez más débil y lejana recuperación económica. Hoy ningún analista espera que se cree empleo, y algún organismo internacional ha manifestado que no se espera recuperar el nivel de empleo de antes de la crisis hasta 2016, esto a nivel global, porque para España mejor no hablar.

Para esto sí que sirven los organismos internacionales, para decirnos lo que ya sabemos (para equivocarse también sirven), pero de soluciones nada, a no ser la consabida austeridad. Casi parece que un nuevo Moisés ha recibido las tablas de la ley, con un anexo que nos ordena sacrificar las vidas de millones de personas para calmar al dios mercado. Si no fuera por el drama que supone, casi podría hacer una broma con ello. Es patético escuchar de todas esas mentes poderosas y sabias que debemos ser austeros para recortar el déficit, y al mismo tiempo debemos tomar medidas para impulsar el crecimiento. Pero cuando he buscado más abajo cuáles son esas medidas, lo que he encontrado es... nada.

Tomemos el ejemplo de Gran Bretaña. Tras el triunfo electoral de los conservadores y el acceso al poder de Cameron con el apoyo del partido de Nick Clegg en mayo de 2010, el gobierno se puso como loco a recortar gastos, especialmente en el capítulo social. Duros ajustes que iban a solucionar todos los problemas del Reino Unido: paro, escaso crecimiento, deuda, déficit, bajada de la competitividad. Pues bien, año y medio después la situación no sólo ha mejorado, sino que el deterioro no parece tener fin, hasta el punto de que se habla ya en muchos ámbitos políticos e intelectuales de economía masoquista. Algo así he comentado en este post cuando hablé de autoflagelación, que si bien para un creyente católico puede tener algún sentido trascendente por la esperanza de una vida más allá de la muerte, para un analista económico es simplemente un absurdo metafísico. Pues bien, esas recetas de duro ajuste son las que nos esperan aquí tras las próximas elecciones, con que vayamos preparándonos.

Y mientras tanto, el nuevo gobernador del BCE tendrá que aguantarse las ganas de bajar los tipos, como todo el mundo espera, sólo para que no le tachen de heterodoxo, es decir, sólo para guardar las apariencias. Cuando se produzca la siguiente comunicación entonces sí habrá bajada, con lo que será tardía e ineficiente. Al otro lado del Atlántico, Obama intenta sacar adelante un plan de expansión y Bernanke prepara la maquinita de imprimir dólares. ¿Apuestan a que EEUU sale antes de la crisis que Euroalemania? Yo sí. Porque los mercados tirarán a la basura el último acuerdo, y la única duda está en si tardarán días o semanas, ya lo ha dicho hasta Soros. Y mira que me molesta coincidir con él, como sólo le puede molestar a un parado compararse con un multimillonario.

Si se fijan, se trata del truco o trato que ahora se pone de moda también entre los niños españoles, con la diferencia de que a nosotros no nos van a dar caramelos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Habemus acuerdo

¿Es una buena noticia el acuerdo alcanzado ayer en Europa? La prudencia de los ignorantes nos aconsejaría decir que "depende". Y en efecto, depende de para quién y para qué. Desde luego, para España es una malísima noticia, desde el momento en que los bancos españoles, a pesar de apenas tener deuda griega, acaparan el 25% de las necesidades de recapitalización que se han impuesto en este compromiso europeo, mientras que eso mismo no ocurre con las entidades alemanas y francesas, grandes beneficiarias a corto plazo del mismo. Todo esto dicho así parece difícil de entender, y aquí va mi modesto intento de explicarlo.

Este compromiso alcanzado va a tener gravísimas consecuencias sobre nuestro país, más allá de las reacciones que con toda seguridad habrá en las bolsas y mercados. La exigencia de recapitalización afectará directamente a la capacidad de crecimiento de nuestra economía, por cuanto reducirá aún más el crédito. Ello hará que no sólo sea más difícil (más aún) crear nuevas empresas, sino también financiar nuevos proyectos de las ya existentes, renovar equipos obsoletos o simplemente financiar las necesidades de circulante. Para entender esto hay que conocer el funcionamiento de la banca y las exigencias contables de la misma: por cada euro que se presta, la entidad financiera tiene la obligación de hacer una especie de depósito en reserva, que es lo que se conoce en el sector como consumo de capital. Si la exigencia de porcentaje de reserva se incrementa, la única manera de mantener el nivel de créditos sería aumentar de forma directa los fondos nuevos, lo que puede hacerse acudiendo directamente a los mercados. Como esta opción se antoja muy complicada, dada la situación de los mismos y su coste cada vez mayor por las primas de riesgo, la única alternativa serán las ayudas públicas (el famoso fondo de rescate, que por si alguien no lo sabe, sale de los presupuestos de los países), lo cual a su vez agravará la situación de las cuentas públicas. A todo esto, como ya ha apuntado mucha gente y como sabe todo aquél que haya trabajado en el sector, no se soluciona el verdadero problema que tienen los bancos españoles, y que es la deuda inmobiliaria. Desde el inicio de la crisis, el ajuste producido en las valoraciones de las carteras de suelo y viviendas ha sido patéticamente ridículo, por no decir inexistente, por lo que miles de millones de deuda de los balances de los bancos y cajas son en realidad pérdidas latentes. En lugar de obligarnos a asumir estas minusvalías y reconocer pérdidas contables, nos exigen tener más capital para solventar un problema, el de la deuda griega, que no tenemos.

Al mismo tiempo, en un ejercicio de cinismo llevado al absurdo, la Unión Europea pide a España que redoble los esfuerzos para estimular el crecimiento. No soy muy partidario de emplear metáforas para explicar cuestiones económicas, ya que aprovechándose del desconocimiento de la gente, la mayoría de ellas son tramposas e interesadas. En este caso, se me ocurren más de mil posibles analogías: pídele a un atleta que empiece a correr justo después de cortarle una pierna, y exígele además que bata sus records anteriores; vacía de gasolina un coche y oblígale acto seguido a efectuar un viaje de 300 kilómetros; y así. ¿Cómo hacer?

Una vez dicho lo anterior, cabría pensar que Alemania y Francia son los grandes ganadores del acuerdo alcanzado (léase "impuesto por ambos"). Como dice un conocido anuncio de la tele: ¡¡ERROR!! ¿Por qué?

En primer lugar, la no penalización de los bancos alemanes y franceses a largo plazo (o incluso antes, tal como están las cosas) se verá superada por la realidad y el veredicto de los mercados. Como decían nuestros clásicos, la verdad es tozuda, y esconder debajo de la alfombra la porquería no la elimina (vaya día que llevo con las analogías...). La posición de ventaja que les da el compromiso de ayer les llevará a obtener mejores condiciones de financiación, con tipos de interés más bajos que podrán ayudar a sus propios países por la misma vía del crédito que se le niega a España y a otros, pero no asegura que se resuelvan los problemas de funcionamiento asimétrico del euro, que es su moneda de referencia, por lo que al final se volverán también contra ellos.

En segundo lugar, y sin duda más importante, las medidas adoptadas son contractivas, lo que en un contexto de profunda recesión (ya estamos en ella, las mediciones llegan siempre después) viene a ser como echar gasolina al fuego (maldita sea, ya se me ha colado otra metáfora). En lugar de impulsar el crecimiento, se retrasa cada vez más, con el consabido argumento de que la austeridad es la receta para salir de la crisis. La propia actuación ayer de la UE traiciona sus argumentos y viene a decir lo que ya sabemos: que tal cosa es mentira. Cuando se deprecia la deuda soberana española (el 2% al parecer), precisamente a un país que ha tomado las medidas de ajuste que se le han exigido, se manda el mensaje de que dichas medidas han sido inútiles. ¿Y entonces para qué? ¿En qué quedamos? ¿Hay que crecer rápido y ya o hay que seguir haciendo ajustes?

Voy a repetirme una vez más a la hora de proponer, modestamente, las medidas a tomar. Como saben, EEUU, Reino Unido y Japón tienen Tesoros y Bancos Centrales con capacidad de emitir moneda (dólares, libras y yenes). ¿Por qué dichos países, que tienen niveles de deuda y déficit similares a los de Europa, no se ven penalizados en los mercados a la hora de tomar prestado? Sencillamente porque ellos disponen de la máquina de hacer dinero, y los prestamistas saben que en caso de duda o necesidad la pondrán en funcionamiento (como ya han hecho). Del mismo modo, los prestamistas saben que eso no puede ocurrir en Europa, porque lo prohíben sus normas, y ello nos coloca en una situación de desventaja: los inversores apuestan por un estallido del euro tarde o temprano. ¿Pero darle a la máquina de hacer dinero no genera inflación? Pues en una situación de contracción económica como la que estamos, no sucede tal cosa, como no sucede en los tres países que he mencionado.

Pero la sabiduría de las mentes pensantes europeas (los "hombres sabios" que dice el Nobel Krugman), impide todas estas medidas y todas las demás en la misma dirección (eurobonos ¿qué pasó con ellos?). Seguiremos esperando.

domingo, 23 de octubre de 2011

Autoflagelación

Ya va quedando claro de qué va todo esto. Europa está bloqueada por la pugna entre Alemania y Francia, y por la de estos dos mismos países contra todos los demás, especialmente contra los que sufren una situación política de mayor incertidumbre (España, Italia). Nuevamente aparece Merkel, con tono paternalista, alabando las medidas tomadas en nuestro país, pero pidiendo (exigiendo) todavía más. ¿Y para qué?

La última es la exigencia de recapitalizar los bancos, así, a lo bruto, sin diferenciar entre entidades solventes e insolventes, extendiendo de esta forma la sombra de la duda sobre todos. Hasta los niños saben emplear esa táctica: si tengo algo malo que ocultar, echemos la culpa a todos, y así tendré más posibilidades de salir indemne. ¿Alguien imagina a un alemán escuchando a un presidente de gobierno español o italiano aconsejando al gobierno federal sobre las medidas a tomar? ¿Soportarían las palmaditas en la espalda, las sonrisas condescendientes, la mirada serena pero firme y dura del que acaba de dar una orden? Todos debemos tener claro, pues, lo que quieren Francia y Alemania, y su determinación para conseguirlo. Ante eso, ¿qué queremos nosotros?

Esta semana hemos oído a Ron (Popular) y Botín (Santander) defender la solvencia de sus entidades y de la deuda soberana española para negar con vehemencia la necesidad de capitalizar indiscriminadamente la banca. Tengo que estar de acuerdo con esos planteamientos. Y no se trata de un patriotismo irracional, sino de una defensa legítima de nuestros intereses cuando se ven atacados por los de otros países, que se dedican a provocar la duda y generar una espiral de pánico que haga imposible que podamos reaccionar. Ya he mencionado alguna vez la incongruencia del hecho de que, cuantas más medidas de ajuste se toman, peor parece la situación de nuestra economía. ¿Cuál es la diferencia entre nuestra situación actual y la de hace tres años para que ahora nos hagan aparecer como un país insolvente? Una vez más, la única explicación son los intereses nacionales, que prevalecen sobre los europeos en su conjunto. No somos el ombligo del mundo, pero desde luego ni de lejos la mierda que nos quieren hacer creer. Si hay un país en Europa que ha sido activo en su expansión exterior, en su modernización y en la mejora de su solvencia, ese ha sido el nuestro, y la sinvergonzonería de unos pocos (políticos corruptos, empresarios analfabetos del pelotazo) no pueden empañar los logros de todos.

En este blog he repetido una y otra vez el argumento de que las políticas de austeridad son una falacia. Dichas políticas sólo tienen un sostén psicológico, como el placebo que a veces se le da a los enfermos, pero se basan en... nada. Del mismo modo en que durante años hemos mantenido una burbuja basada en expectativas de crecimiento no fundadas, ahora estamos expandiendo el mensaje catastrofista sin que haya razones definitivas para ello. Cuando mucha gente en nuestro país espera la victoria de la opción política que hoy está en la oposición, como si ese hecho fuese a arreglarlo todo, no hace otra cosa que refugiarse en un mecanismo psicológico. Los mismos que hace poco tiempo otorgaban máxima credibilidad a nuestras expectativas (AAA) hoy hacen el trabajo contrario; resulta difícil creer que no haya una intención oculta detrás de ello.

Y mientras no seamos capaces de cambiar nuestra mirada sobre el mundo, no podremos empezar a cambiar la realidad. Tarde o temprano, se impondrán la lógica y el sentido común, pero si empujamos un poco en esa dirección, evitaremos mucho sufrimiento.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El gobierno

A menudo se plantea el debate entre los defensores de la intervención del gobierno en la economía y sus detractores, apareciendo ambas opciones como alternativas ideológicas e incluso filosóficas. Los partidarios de la llamada escuela austriaca, que en Europa se suelen llamar liberales, se oponen a las teorías keynesianas, asociadas a la socialdemocracia. Es preciso matizar que el significado de liberal es muy distinto en EEUU, casi diría que opuesto, pues allá es casi un sinónimo de socialista.

Como siempre, la ideologización ensucia la discusión y deja sin analizar lo principal, que son los hechos. En primer lugar, se suele argumentar que la intervención del gobierno es mala per se, en cualquier forma y circunstancia, y que la iniciativa privada siempre es más eficiente. Incluso los más acérrimos defensores de esta idea aceptan que hay actividades que no ofrecen atractivo económico a la iniciativa privada, y que en esos casos, pero sólo en esos, debe intervenir el gobierno. Este razonamiento, que puede ser válido si hablamos del ejército, la construcción de determinadas carreteras o la asistencia sanitaria mínima, choca con el silencio de estos mismos sectores cuando se rescatan bancos o se reclaman posiciones de poder autonómico en cajas de ahorro. La realidad, sin embargo, ha mostrado que en muchos casos el sector privado gestiona peor los servicios públicos, como sin duda se demostró tras las privatizaciones del transporte ferroviario en Gran Bretaña, por ejemplo. De otros sectores podríamos decir algo similar (educación, sanidad), y trataré de ocuparme en otros posts.

En segundo lugar, se insiste en que los modelos keynesianos se basan en el intervencionismo desaforado del Estado, que cercena la iniciativa privada y el espíritu emprendedor. De nuevo se trata de un error intencionado. La teoría keynesiana no establece un modelo de conducta económica de corte estalinista, como nos quieren hacer ver, y no niega que el sector privado es el principal motor de la economía. Lo que Keynes y sus seguidores quieren hacer ver es que cuando la demanda es insuficiente, por la debilidad del consumo, la inversión y el sector exterior, únicamente la acción del gobierno mediante políticas expansivas es capaz de poner en marcha de nuevo el mecanismo. Ojo, no digo que haya que gastar por gastar. La intervención del gobierno incide sobre el gasto (lo que equivale a impulsar el consumo), pero también sobre la inversión, factor absolutamente necesario para el crecimiento. El habitual reproche neoliberal de que ello lleva a un nivel de deuda insoportable y al estallido de los tipos de interés y los precios se ve una vez más rebatido por los hechos: el extraordinario incremento de la masa monetaria en los dos últimos años no parece haber tenido esos efectos.

Por último, se identifica keynesianismo con socialdemocracia, y en concreto con las políticas de redistribución de la riqueza. Una vez más, esto es falso. No podemos afirmar que impulsar el gasto público elimine o mitigue las desigualdades, sólo que la economía en su conjunto crecerá. Las políticas de redistribución, que son uno de los ejes de la socialdemocracia, me temo que sólo son efectivas en períodos de alto crecimiento.

Desgraciadamente, aunque los hechos están ahí, ello no parece importar a los defensores del discurso neoliberal. Ni siquiera han aceptado que la desregulación ha sido la principal causante de la crisis financiera mundial, por lo que pocas esperanzas hay de que dejen de obstaculizar las principales vías de solución a la misma. No obstante, al final se impondrán las medidas que venimos defendiendo, sencillamente porque no hay otra opción, y lo único que tendremos que lamentar es la tardanza innecesaria y, en muchos casos, cruel.

lunes, 17 de octubre de 2011

Unión Europea

¿Prefieres ser español o europeo? ¿Cambiarías España por Alemania? ¿Te sientes raro cuando vas siquiera a Portugal, no digamos ya a Bélgica o Hungría? ¿Alguien sabe dónde están Trieste, Brno, Poznan? ¿Nos importa lo que sucede en Holanda o Rumanía?

Lo más probable es que, más allá de un ligero runrun en nuestro cerebro, tales nombres no nos digan apenas nada y nos sean más ajenos incluso que Connecticut o San Diego. Sin embargo, con los primeros compartimos nada menos que la misma moneda. Es posible que ni siquiera los políticos que ratificaron el tratado de Maastricht fuesen plenamente conscientes de las verdaderas implicaciones que la moneda única iba a tener en la vida de millones de personas, y ha tenido que llegar la primera crisis tras su implantación para ponerlas encima de la mesa. Ahora todos vemos que no es lo mismo ser español que alemán o francés, griego que holandés, portugués que belga. Cualquier consumidor ha visto en estos diez años que la barra de pan o el café en euros eran considerablemente más caros, por no hablar de la vivienda. El euro tuvo un efecto inflacionista mal medido por los índices oficiales, quizá porque los gobernantes y sus burócratas se encargaron de que así fuese. Mientras todo iba bien, el dinero era abundante y la fiesta seguía, nadie supo o se atrevió a mostrar las debilidades intrínsecas del proceso.

Es difícil encontrar a lo largo de la historia humana un proceso más ambicioso y peor gestionado que la pomposamente llamada "construcción europea". El ejemplo de comparación más evidente que nos viene inevitablemente a la cabeza es el del nacimiento de los Estados Unidos de América. Se podrá decir que al fin y al cabo eran todos ingleses, y la lengua y el origen común une mucho y facilita las cosas, pero eso supone obviar las dificultades que hubieron de encontrar las trece colonias. Para empezar, un rasgo importante de estas colonias era que su población de origen europeo era bastante heterogénea, pues a los iniciales inmigrantes ingleses se unieron después escoceses, irlandeses, alemanes, galeses, flamencos y hugonotes franceses; a mediados del siglo XVII también suecos y holandeses. Por otro lado, el número de colonos era relativamente pequeño para un territorio muy vasto y lleno de peligros, y no existía nada ni remotamente parecido a una red de comunicaciones eficiente. ¿Qué ocurrió entonces?

 A diferencia de la mayor parte de las demás naciones, Estados Unidos jamás tuvo una aristocracia feudal de tipo europeo. En la era colonial la tierra era abundante y la mano de obra escasa, y todo hombre libre tenía la oportunidad de alcanzar, si no la prosperidad, al menos la independencia económica. El tipo de gobierno era representativo: los gobernadores nombrados por el monarca inglés debían compartir las decisiones con las asambleas, y aunque en éstas sólo los terratenientes varones blancos tenían derecho a voto, la abundancia de tierras fue creando algo parecido a una sociedad civil fuerte e independiente. Los hechos finalmente desembocaron en la Guerra de Independencia, pero al contrario que en el caso español en 1812, los colonos americanos dieron el paso adelante más formidable de la historia política.

Europa salió destruida de la Segunda Guerra Mundial y de su prólogo español. Al contrario que en 1919 con el Tratado de Versalles, se dió prioridad a la reconstrucción frente a las reclamaciones de guerra, y ello facilitó que en una época tan temprana como 1957 se creara mediante el Tratado de Roma la Comunidad Económica Europea, consecuencia del anterior Tratado de París de 1951, que creó la CECA, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Sólo habían transcurrido 6 años desde la carnicería que causó más de 60 millones de muertos cuando enemigos irreconciliables se unieron en una mesa con el objetivo de obviar sus diferencias y buscar los intereses comunes. Ya en 1946, nada menos que Winston Churchill había hecho una llamada a la creación de los Estados Unidos de Europa.

¿Dónde están hoy Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams? ¿Qué hay de los Adenauer, Jean Monnet, De Gaulle?

Necesitamos recuperar aquel espíritu, es una cuestión de supervivencia. Un gobierno europeo verdadero llevaría consigo cesiones de soberanía que hoy ni siquiera nos planteamos, pero son imprescindibles para no vernos arrastrados por el río de la historia hacia el vertedero de los imperios caídos. Y ello exige un liderazgo político claro, pero también una acción popular civil que empuje hacia adelante.

jueves, 13 de octubre de 2011

Construcción

Hoy quiero hablar de algo que forma parte de mi memoria sentimental profesional. La razón para hacerlo va más allá de la simple nostalgia, lógica al hablar de un sector económico en el que inicié mi vida laboral y en el que aprendí casi todas las cosas que ahora sé. En realidad quiero defenderlo de las acusaciones injustas, que como siempre hacen los que hablan sin conocer la verdad.

Hace 22 años, recién acabada la carrera, me contrataron en una de las mayores empresas constructoras del país, germen de la futura ACCIONA, como parte de un proyecto para mejorar la gestión económica y financiera de la compañía (así la llamábamos preferentemente todos los que trabajábamos en ella). Empezaban a verse los primeros PCs (aquellos IBM AT), pero en las obras todavía se funcionaba con papel y lápiz, junto a aquellas máquinas de calcular con rollo de papel. Mi aprendizaje consistió en varios años de peregrinaje por obras de distinto tipo y volumen, desde los pequeños edificios administrativos hasta las grandes carreteras o los majestuosos puentes, sin olvidar especialmente aquellos monstruos de la ingeniería que eran las presas. En todas ellas vi docenas de personas que daban lo mejor de sí, en jornadas interminables, y que sin temor a exagerar, construyeron verdaderamente nuestro país. Muchos de ellos tenían que pasar años fuera de sus hogares, y la impresión que siempre tuve es de que no cambiarían su trabajo por nigún otro. Tuve un mentor en los primeros meses, un ingeniero de obras públicas jubilado que había sido delegado en el Sáhara español, y que junto a las anécdotas increíbles que me contaba, me inculcó un amor por el trabajo bien hecho que quizá hoy pueda provocar alguna sonrisa condescendiente. Todos los días me obligo a recordar a aquella gente para tratar de dar siempre un poco más.

Y he aquí que la construcción, después de haber elevado el nivel de vida de todo el país de una manera no vista antes, ahora está en el punto de mira como el causante de todos nuestros males. Quizá el motivo es la confusión que existe entre construcción y promoción inmobiliaria, y la manía de englobarlo todo bajo la dichosa expresión del "ladrillo". Y no debemos insultar la memoria de todos los que planificaron, diseñaron, dirigieron y construyeron las mejores infraestructuras que nunca hubo en España, y que convirtieron a nuestras constructoras en las mejores del mundo, confundiéndolos con los especuladores que mediante la promoción inmobiliaria y en combinación con la codicia de muchos ahorradores, han sembrado de minas nuestra economía. Todavía hoy, aquellos profesionales se esfuerzan cada día, como los de mi antigua empresa, demostrando que en ningún sector hay gente de más valía. Jefes de obra, administrativos, técnicos, todos ellos son de lo mejor que he conocido.

La vida me ha llevado por otros derroteros profesionales, incluyendo los del paro que ahora sufro, pero no me cabe duda de que la recuperación, en nuestro caso, no podrá tener lugar sin el protagonismo de este sector, de los pocos que invierte en innovación. Desde luego, el Estado (la Unión Europea en su conjunto), debe implementar programas de desarrollo de infraestructuras que impulsen la demanda agregada y pongan en marcha la maquinaria económica ahora detenida. El sector privado también debe participar, con los conocidos mecanismos de colaboración público privada, que con las debidas garantías son atractivos para las entidades financieras.

Y cuando eso ocurra, porque sin duda ocurrirá, me acordaré de mi viejo mentor.

martes, 11 de octubre de 2011

Preguntas

¿Por qué estoy en paro después de 20 años trabajando?
¿Por qué una de cada cinco personas que quieren trabajar en España no encuentra trabajo?
¿Por qué estamos peor ahora que antes de las medidas de ajuste?
¿Por qué ahora que el Estado gasta mucho menos el déficit es mucho mayor?
¿Por qué si entre todos rescatamos a los bancos, los bancos no nos rescatan a nosotros?
¿Por qué nadie es responsable de la crisis?
¿Por qué hay ejecutivos que cobran millones de euros, sobre todo en los bancos?
¿Por qué en España el paro es más del doble de la media europea?
¿Por qué si los ingenieros y licenciados españoles son tan buenos no lo aprovechamos y en cambio dejamos que se marchen fuera?
¿Por qué aquí está mal visto innovar?
¿Por qué es imprescindible hablar inglés perfectamente si nadie nos enseñó?
¿Por qué los ricos pagan menos impuestos que las clases medias?
¿Por qué tengo que pagar dos veces la educación o la sanidad?
¿Por qué hay que estar tantas horas en la oficina?
¿Por qué hay ahora tantos coachs?
¿Por qué hay tantos libros de autoayuda?
¿Por qué todo el mundo grita y nadie calla?
¿Por qué hay tantos blogueros?

lunes, 10 de octubre de 2011

El gasto público

Ya he hablado aquí en alguna ocasión del gasto público, a propósito de la epidemia de austeridad que nos asola. Está fuera de lugar proponer medidas de incremento del mismo, si no fuera porque es justo lo que hay que hacer. Ayer lo volvió a recordar el premio Nobel Joseph Stiglitz: hacen falta sólidos programas de gasto público que apunten a facilitar la reestructuración, promover el ahorro energético y reducir la desigualdad.

Nuestras sociedades occidentales, que han dominado el mundo en los dos últimos siglos, se están quedando fuera de juego en la redistribución de la riqueza a nivel mundial: países con recursos naturales abundantes, sea petróleo o materias primas, están aprovechando la coyuntura para postularse como nuevos líderes emergentes. Su abundante población es cierto que está todavía muy lejos de alcanzar nuestros niveles de bienestar, pero esa era la situación en Europa en el siglo XVIII en el momento de la primera revolución industrial. Hoy día, los sectores industriales tradicionales están expulsando a la mano de obra, y es imprescindible una transición hacia nuevos modelos de producción. Esta transición no será posible, o lo será muy lentamente, mientras el Estado, que es un actor imprescindible en la economía, mantenga su política de recorte. La debilidad de la demanda agregada se ha disimulado durante años con la burbuja del dinero fácil, aplazando la necesidad de la reestructuración. Pero ahora que ya no podemos dejar pasar más tiempo, ahora que los ahorros se han terminado, no podemos ir hacia atrás, y mientras el sector privado se encuentre paralizado, sólo un gobierno con una política activa de gasto puede poner el motor en marcha. Es imprescindible mantener el gasto en sanidad y educación, generar nuevos programas de inversión en infraestructuras y en desarrollo energético, en definitiva hay que gastar más, no menos. En los años de mayor volumen de inversión pública en España, fueron los únicos en que nuestro país tuvo superávit. Creo que es fácil sacar conclusiones.

Pero ahora, nuestro país no puede actuar de forma autónoma, sino que depende de la política coordinada de la Unión Europea, cuya agenda está marcada por Alemania. Pero incluso la tradicional locomotora teutona tiene dificultades para crecer, y necesita miles de ingenieros extranjeros para mantenerse en funcionamiento. ¿Qué nos dice esto?

Los países que tradicionalmente han despreciado la inversión en I + D (y no me gusta señalar) ven ahora que la ingente inversión en educación va a ser rentabilizada por los que sí han apostado por la innovación. Es falso que el trabajador español esté menos formado y sea más vago que el alemán; más bien lo que ha sucedido es la incapacidad de los dirigentes (políticos, empresariales, sociales) de liderar un proyecto de crecimiento. Nuestros ingenieros, médicos, abogados, incluso nuestros técnicos de nivel medio o inferior, son muy valorados fuera, y no nos podemos permitir el lujo de despreciarles. Hace falta cambiar esa cultura, y debe apoyarse en dos elementos primordiales: Competencia y Cooperación.

viernes, 7 de octubre de 2011

Interés y dinero

Probablemente nada hay más difícil que decidir el momento en el que actuar. Existen personas cuya naturaleza les impele a tomar continuamente decisiones sin pararse a analizar detenidamente las consecuencias, porque consideran que siempre es mejor hacer algo que nada. Otras personas, por el contrario, son víctimas de la parálisis por el miedo al error.
Esto parece ser que es lo que le ocurre a Trichet y a sus compañeros del BCE. Constreñidos por el mandato estatutario de control de la inflación, ante las presiones de distintos sectores para que bajen los tipos de interés refuerzan sus posiciones inmovilistas y defienden su no-actuación como la mejor de las opciones. Argumentan que una bajada avivaría las tensiones inflacionistas, provocando la mayor de las catástrofes. Hoy mismo lo ha reiterado uno de esos miembros del BCE, el español González Páramo.

Hace más de tres años que vengo oyendo a los agoreros acerca de la posibilidad de una inflación desbocada, en una espiral diabólica que tendría finalmente como consecuencia el hundimiento del sistema capitalista. Pues bien, el diablo de la inflación de momento no se ha dignado a aparecer, y en EEUU el tipo de interés del 0% tampoco parece que haya servido para que los precios se volviesen locos. ¿Por qué los hechos se empeñan en llevar la contraria a nuestros sabios convencionales? ¿Será que los hechos mienten?

Entre tanto, la subida de tipos del 2010 en Europa y su actual mantenimiento han provocado el agravamiento de los sufrimientos de empresas, familias y gobiernos. Se le niega el oxígeno al enfermo, no sea que vaya a saltar corriendo de la cama. Este humilde bloguero no tiene evidentemente la autoridad para contradecir al BCE y su comité de sabios, pero puede al menos contar lo que ve: familias donde no entra ningún salario ni subsidio, enfermos que tienen que esperar aún más para que les vea el médico o les opere, empresas que no cobran y no pagan, bancos que cada vez necesitan nuevos fondos para sanearse y que no prestan nada a nadie, profesores que tienen que atender a un número creciente de niños con medios cada vez menores, políticos demagógicos, tertulianos vociferantes, vendedores de libros de autoayuda, egoísmo.

El necesario descenso de los tipos en Europa no sería suficiente para poner en marcha la máquinaria productiva y económica; sería necesario que el dinero que de esa forma se inyectaría en la economía se pusiese en circulación en dirección a los inversores, las empresas y el tejido productivo, y no a los especuladores. Esto sólo lo pueden hacer los gobiernos, como comentaré otro día.

martes, 4 de octubre de 2011

Hemos perdido el tiempo

Hemos perdido tres años. Desde que en 2008 se desencadenó la crisis, se han sucedido todo tipo de decisiones erróneas, que han traído como consecuencia la extensión del sufrimiento a grandes capas de la población mundial a través del crecimiento del paro y la aniquilación de los sueños y esperanzas de millones de personas. ¿Por qué hemos repetido el error de la Gran Depresión de los años 30? En efecto, la política de estímulo de Roosevelt fue retirada demasiado pronto, y provocó que la tímida recuperación se viniese abajo en 1937. La causa, el temor a la inflación. La consecuencia, una horrible guerra.

El desprestigio de la profesión de economista se basa en parte a la atribución a los mismos de afirmaciones que en realidad proceden del mundo de la política o de los opinadores profesionales. Lo cierto es que a pesar de dicho desprestigio, las ideas económicas tienen una incidencia absoluta en la vida de generaciones enteras y marcan el devenir de los hombres y mujeres de todos los países. Las crisis han supuesto una oportunidad para el avance del conocimiento económico, y en determinadas ocasiones dan lugar a verdaderas aportaciones positivas que mejoran la vida de las personas. Uno de estos momentos fue tras la Gran Depresión de los años 30, que tuvieron un protagonista absoluto en la figura de Keynes.
Prototipo de intelectual británico de principios de siglo, no sólo fue el mayor economista de su época, sino también un animador de la vida cultural, formando parte del grupo de Bloomsbury. Fue testigo de los grandes acontecimientos de su tiempo como enviado del Gobierno británico en las reuniones del Tratado de Versalles, que puso fin a la 1ª Guerra Mundial, y revolucionó la Teoría Económica con su "Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero". Su influencia se extiende hasta hoy, por la sencilla razón de que su explicación de los mecanismos económicos no ha sido superada. En ese sentido, es un gigante revolucionario de la talla de Einstein o Darwin.
No es este el lugar para exponer su teoría, y lo único que puedo hacer es recomendar la lectura de sus libros. No está de más hacerlo, pues hoy todo el mundo opina sobre él y casi nadie lo ha leído. Si lo hicieran, verían que las políticas que sin excepción se están aplicando y proponiendo son profundamente erróneas y han provocado un sufrimiento innecesario a la gente. Está de moda despreciar sus aportaciones y sus ideas, ya que tradicionalmente se las ha identificado con la socialdemocracia, pero cada día resulta más evidente que los hechos le dan la razón.

¿Qué propuestas haría Keynes hoy? Ponerse a la altura de este titán no es en absoluto mi intención, y por otra parte para un economista convertirse en oráculo es muy arriesgado, pero me atrevo a proponer varias líneas a nuestros líderes europeos:

1. Bajada de los tipos de interés por el BCE y cambio en los objetivos del mismo, primando el empleo frente al control de la inflación
2. Suministro de liquidez a los países con problemas; en el caso de Grecia es inevitable que el resto de países asuman parte de su deuda.
3. Políticas de expansión fiscal, centradas sobre todo en los países líderes (Alemania, Francia, Holanda) con el fin de que "tiren" del resto. Esto implica el incremento del gasto público como motor de arranque del crecimiento.
4. Políticas "micro", entendiendo estas como regeneración y transformación del tejido productivo, mejora de los sistemas educativos, etc.
5. Avances claros a nivel europeo en la  unión económica, financiera, fiscal y eventualmente política. Para ello se precisa un liderazgo claro y una convergencia de los calendarios políticos.

En los próximos posts intentaré justificar algunos de estos puntos.

domingo, 2 de octubre de 2011

Algo que muy poca gente sabe es que fueron Alemania y Francia, o más bien sus dirigentes, los que animaron a Grecia a que falsearan sus cuentas para poder entrar en el euro. El objetivo era que el mayor número posible de países cumpliera los criterios de déficit y deuda y la Unión Monetaria naciese lanzando el mensaje de fortaleza y unidad. Para ello contaron con la ayuda de algunos de los que hoy especulan con fuerza contra el euro, como es el caso de Goldman Sachs. Diez años después, la crisis ha puesto de manifiesto no sólo el error de partida del euro, sino algo más importante, la debilidad de los lazos entre los países de la Unión.

Como bien dice Krugman en su último artículo, los responsables políticos europeos no parecen dispuestos a admitir que sin políticas fiscales y monetarias más expansivas en las economías más fuertes de Europa, todos sus intentos de rescate fracasarán. En el caso concreto de España, mientras la demanda no se recupere, los esfuerzos para mejorar la confianza serán inútiles. Justo antes de la crisis, nuestro país tenía superávit presupuestario y un nivel bajo de deuda. La burbuja inmobiliaria fue consecuencia de las decisiones tomadas por millones de decisores privados; quién no conoce a alguien que gastó sus ahorros en pagar la entrada y las primeras letras de un piso con un precio astronómico, sin tener la más mínima intención de vivir en él, sino con el fin de "darle el pase" y ganar una generosa plusvalía. Era lo que hacían todos, y tonto el último. Cuando la burbuja estalló, se desencadenó la crisis que hoy vivimos y provocó el descenso de la recaudación de impuestos que ha llevado al incremento del déficit público y la necesidad de financiarlo con deuda. Si esto no es un ejemplo de asignación ineficiente de recursos en un mercado libre, yo no sé qué lo sería.

Ante este estado de cosas, los dirigentes europeos se condenan a repetir los errores del pasado. En los primeros años 30 del siglo pasado, Alemania impuso una política de equilibrio presupuestario en plena Gran Depresión, que llevó al país a una recesión más profunda que en el resto de Europa, ayudando al crecimiento del nazismo y lo que vino después. La hiperinflación de los años 20 marcó la mentalidad alemana más de lo que lo hizo el horror nazi, pues sobre este último hecho se impuso un olvido, como bien expuso Sebald en su ensayo "Sobre la historia natural de la destrucción", mientras que la lucha contra la inflación se impuso como condición para acceder a sustituir el marco por el euro, y así está establecido en los estatutos del Banco Central Europeo.

Quiero dejar una cita:

"La facultad de adaptación es característica de la Humanidad. Pocos son los que se hacen cargo de la condición desusada, inestable, complicada, falta de unidad y transitoria de la organización económica en la que ha vivido la Europa occidental durante el último medio siglo. Tomamos por naturales, permanentes y de inexcusable subordinación algunos de nuestros últimos adelantos más particulares y circunstanciales y, según ellos trazamos nuestros planes. Sobre esta cimentación falsa y movediza proyectamos la mejora social (...). Movido por ilusión malsana y egoísmo sin aprensión, el pueblo alemán subvirtió los cimientos sobre los que todos vivíamos (...). Pero los voceros de los pueblos francés e inglés han corrido el riesgo de completar la ruina que Alemania inició (...). Se cernía sobre la escena la sensación de una catástrofe inminente: insignificancia y pequeñez del hombre ante los gandes acontecimientos que afrontaba; sentido confuso e irrealidad de las decisiones; ligereza, ceguera, insolencia, gritos de fuera -allí se daban todos los elementos de la antigua tragedia-."

John Maynard Keynes, introducción de "Las consecuencias económicas de la paz" (1919).