Hoy quiero hablar de algo que forma parte de mi memoria sentimental profesional. La razón para hacerlo va más allá de la simple nostalgia, lógica al hablar de un sector económico en el que inicié mi vida laboral y en el que aprendí casi todas las cosas que ahora sé. En realidad quiero defenderlo de las acusaciones injustas, que como siempre hacen los que hablan sin conocer la verdad.
Hace 22 años, recién acabada la carrera, me contrataron en una de las mayores empresas constructoras del país, germen de la futura ACCIONA, como parte de un proyecto para mejorar la gestión económica y financiera de la compañía (así la llamábamos preferentemente todos los que trabajábamos en ella). Empezaban a verse los primeros PCs (aquellos IBM AT), pero en las obras todavía se funcionaba con papel y lápiz, junto a aquellas máquinas de calcular con rollo de papel. Mi aprendizaje consistió en varios años de peregrinaje por obras de distinto tipo y volumen, desde los pequeños edificios administrativos hasta las grandes carreteras o los majestuosos puentes, sin olvidar especialmente aquellos monstruos de la ingeniería que eran las presas. En todas ellas vi docenas de personas que daban lo mejor de sí, en jornadas interminables, y que sin temor a exagerar, construyeron verdaderamente nuestro país. Muchos de ellos tenían que pasar años fuera de sus hogares, y la impresión que siempre tuve es de que no cambiarían su trabajo por nigún otro. Tuve un mentor en los primeros meses, un ingeniero de obras públicas jubilado que había sido delegado en el Sáhara español, y que junto a las anécdotas increíbles que me contaba, me inculcó un amor por el trabajo bien hecho que quizá hoy pueda provocar alguna sonrisa condescendiente. Todos los días me obligo a recordar a aquella gente para tratar de dar siempre un poco más.
Y he aquí que la construcción, después de haber elevado el nivel de vida de todo el país de una manera no vista antes, ahora está en el punto de mira como el causante de todos nuestros males. Quizá el motivo es la confusión que existe entre construcción y promoción inmobiliaria, y la manía de englobarlo todo bajo la dichosa expresión del "ladrillo". Y no debemos insultar la memoria de todos los que planificaron, diseñaron, dirigieron y construyeron las mejores infraestructuras que nunca hubo en España, y que convirtieron a nuestras constructoras en las mejores del mundo, confundiéndolos con los especuladores que mediante la promoción inmobiliaria y en combinación con la codicia de muchos ahorradores, han sembrado de minas nuestra economía. Todavía hoy, aquellos profesionales se esfuerzan cada día, como los de mi antigua empresa, demostrando que en ningún sector hay gente de más valía. Jefes de obra, administrativos, técnicos, todos ellos son de lo mejor que he conocido.
La vida me ha llevado por otros derroteros profesionales, incluyendo los del paro que ahora sufro, pero no me cabe duda de que la recuperación, en nuestro caso, no podrá tener lugar sin el protagonismo de este sector, de los pocos que invierte en innovación. Desde luego, el Estado (la Unión Europea en su conjunto), debe implementar programas de desarrollo de infraestructuras que impulsen la demanda agregada y pongan en marcha la maquinaria económica ahora detenida. El sector privado también debe participar, con los conocidos mecanismos de colaboración público privada, que con las debidas garantías son atractivos para las entidades financieras.
Y cuando eso ocurra, porque sin duda ocurrirá, me acordaré de mi viejo mentor.
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