lunes, 17 de octubre de 2011

Unión Europea

¿Prefieres ser español o europeo? ¿Cambiarías España por Alemania? ¿Te sientes raro cuando vas siquiera a Portugal, no digamos ya a Bélgica o Hungría? ¿Alguien sabe dónde están Trieste, Brno, Poznan? ¿Nos importa lo que sucede en Holanda o Rumanía?

Lo más probable es que, más allá de un ligero runrun en nuestro cerebro, tales nombres no nos digan apenas nada y nos sean más ajenos incluso que Connecticut o San Diego. Sin embargo, con los primeros compartimos nada menos que la misma moneda. Es posible que ni siquiera los políticos que ratificaron el tratado de Maastricht fuesen plenamente conscientes de las verdaderas implicaciones que la moneda única iba a tener en la vida de millones de personas, y ha tenido que llegar la primera crisis tras su implantación para ponerlas encima de la mesa. Ahora todos vemos que no es lo mismo ser español que alemán o francés, griego que holandés, portugués que belga. Cualquier consumidor ha visto en estos diez años que la barra de pan o el café en euros eran considerablemente más caros, por no hablar de la vivienda. El euro tuvo un efecto inflacionista mal medido por los índices oficiales, quizá porque los gobernantes y sus burócratas se encargaron de que así fuese. Mientras todo iba bien, el dinero era abundante y la fiesta seguía, nadie supo o se atrevió a mostrar las debilidades intrínsecas del proceso.

Es difícil encontrar a lo largo de la historia humana un proceso más ambicioso y peor gestionado que la pomposamente llamada "construcción europea". El ejemplo de comparación más evidente que nos viene inevitablemente a la cabeza es el del nacimiento de los Estados Unidos de América. Se podrá decir que al fin y al cabo eran todos ingleses, y la lengua y el origen común une mucho y facilita las cosas, pero eso supone obviar las dificultades que hubieron de encontrar las trece colonias. Para empezar, un rasgo importante de estas colonias era que su población de origen europeo era bastante heterogénea, pues a los iniciales inmigrantes ingleses se unieron después escoceses, irlandeses, alemanes, galeses, flamencos y hugonotes franceses; a mediados del siglo XVII también suecos y holandeses. Por otro lado, el número de colonos era relativamente pequeño para un territorio muy vasto y lleno de peligros, y no existía nada ni remotamente parecido a una red de comunicaciones eficiente. ¿Qué ocurrió entonces?

 A diferencia de la mayor parte de las demás naciones, Estados Unidos jamás tuvo una aristocracia feudal de tipo europeo. En la era colonial la tierra era abundante y la mano de obra escasa, y todo hombre libre tenía la oportunidad de alcanzar, si no la prosperidad, al menos la independencia económica. El tipo de gobierno era representativo: los gobernadores nombrados por el monarca inglés debían compartir las decisiones con las asambleas, y aunque en éstas sólo los terratenientes varones blancos tenían derecho a voto, la abundancia de tierras fue creando algo parecido a una sociedad civil fuerte e independiente. Los hechos finalmente desembocaron en la Guerra de Independencia, pero al contrario que en el caso español en 1812, los colonos americanos dieron el paso adelante más formidable de la historia política.

Europa salió destruida de la Segunda Guerra Mundial y de su prólogo español. Al contrario que en 1919 con el Tratado de Versalles, se dió prioridad a la reconstrucción frente a las reclamaciones de guerra, y ello facilitó que en una época tan temprana como 1957 se creara mediante el Tratado de Roma la Comunidad Económica Europea, consecuencia del anterior Tratado de París de 1951, que creó la CECA, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Sólo habían transcurrido 6 años desde la carnicería que causó más de 60 millones de muertos cuando enemigos irreconciliables se unieron en una mesa con el objetivo de obviar sus diferencias y buscar los intereses comunes. Ya en 1946, nada menos que Winston Churchill había hecho una llamada a la creación de los Estados Unidos de Europa.

¿Dónde están hoy Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams? ¿Qué hay de los Adenauer, Jean Monnet, De Gaulle?

Necesitamos recuperar aquel espíritu, es una cuestión de supervivencia. Un gobierno europeo verdadero llevaría consigo cesiones de soberanía que hoy ni siquiera nos planteamos, pero son imprescindibles para no vernos arrastrados por el río de la historia hacia el vertedero de los imperios caídos. Y ello exige un liderazgo político claro, pero también una acción popular civil que empuje hacia adelante.

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