Ya va quedando claro de qué va todo esto. Europa está bloqueada por la pugna entre Alemania y Francia, y por la de estos dos mismos países contra todos los demás, especialmente contra los que sufren una situación política de mayor incertidumbre (España, Italia). Nuevamente aparece Merkel, con tono paternalista, alabando las medidas tomadas en nuestro país, pero pidiendo (exigiendo) todavía más. ¿Y para qué?
La última es la exigencia de recapitalizar los bancos, así, a lo bruto, sin diferenciar entre entidades solventes e insolventes, extendiendo de esta forma la sombra de la duda sobre todos. Hasta los niños saben emplear esa táctica: si tengo algo malo que ocultar, echemos la culpa a todos, y así tendré más posibilidades de salir indemne. ¿Alguien imagina a un alemán escuchando a un presidente de gobierno español o italiano aconsejando al gobierno federal sobre las medidas a tomar? ¿Soportarían las palmaditas en la espalda, las sonrisas condescendientes, la mirada serena pero firme y dura del que acaba de dar una orden? Todos debemos tener claro, pues, lo que quieren Francia y Alemania, y su determinación para conseguirlo. Ante eso, ¿qué queremos nosotros?
Esta semana hemos oído a Ron (Popular) y Botín (Santander) defender la solvencia de sus entidades y de la deuda soberana española para negar con vehemencia la necesidad de capitalizar indiscriminadamente la banca. Tengo que estar de acuerdo con esos planteamientos. Y no se trata de un patriotismo irracional, sino de una defensa legítima de nuestros intereses cuando se ven atacados por los de otros países, que se dedican a provocar la duda y generar una espiral de pánico que haga imposible que podamos reaccionar. Ya he mencionado alguna vez la incongruencia del hecho de que, cuantas más medidas de ajuste se toman, peor parece la situación de nuestra economía. ¿Cuál es la diferencia entre nuestra situación actual y la de hace tres años para que ahora nos hagan aparecer como un país insolvente? Una vez más, la única explicación son los intereses nacionales, que prevalecen sobre los europeos en su conjunto. No somos el ombligo del mundo, pero desde luego ni de lejos la mierda que nos quieren hacer creer. Si hay un país en Europa que ha sido activo en su expansión exterior, en su modernización y en la mejora de su solvencia, ese ha sido el nuestro, y la sinvergonzonería de unos pocos (políticos corruptos, empresarios analfabetos del pelotazo) no pueden empañar los logros de todos.
En este blog he repetido una y otra vez el argumento de que las políticas de austeridad son una falacia. Dichas políticas sólo tienen un sostén psicológico, como el placebo que a veces se le da a los enfermos, pero se basan en... nada. Del mismo modo en que durante años hemos mantenido una burbuja basada en expectativas de crecimiento no fundadas, ahora estamos expandiendo el mensaje catastrofista sin que haya razones definitivas para ello. Cuando mucha gente en nuestro país espera la victoria de la opción política que hoy está en la oposición, como si ese hecho fuese a arreglarlo todo, no hace otra cosa que refugiarse en un mecanismo psicológico. Los mismos que hace poco tiempo otorgaban máxima credibilidad a nuestras expectativas (AAA) hoy hacen el trabajo contrario; resulta difícil creer que no haya una intención oculta detrás de ello.
Y mientras no seamos capaces de cambiar nuestra mirada sobre el mundo, no podremos empezar a cambiar la realidad. Tarde o temprano, se impondrán la lógica y el sentido común, pero si empujamos un poco en esa dirección, evitaremos mucho sufrimiento.
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