domingo, 2 de octubre de 2011

Algo que muy poca gente sabe es que fueron Alemania y Francia, o más bien sus dirigentes, los que animaron a Grecia a que falsearan sus cuentas para poder entrar en el euro. El objetivo era que el mayor número posible de países cumpliera los criterios de déficit y deuda y la Unión Monetaria naciese lanzando el mensaje de fortaleza y unidad. Para ello contaron con la ayuda de algunos de los que hoy especulan con fuerza contra el euro, como es el caso de Goldman Sachs. Diez años después, la crisis ha puesto de manifiesto no sólo el error de partida del euro, sino algo más importante, la debilidad de los lazos entre los países de la Unión.

Como bien dice Krugman en su último artículo, los responsables políticos europeos no parecen dispuestos a admitir que sin políticas fiscales y monetarias más expansivas en las economías más fuertes de Europa, todos sus intentos de rescate fracasarán. En el caso concreto de España, mientras la demanda no se recupere, los esfuerzos para mejorar la confianza serán inútiles. Justo antes de la crisis, nuestro país tenía superávit presupuestario y un nivel bajo de deuda. La burbuja inmobiliaria fue consecuencia de las decisiones tomadas por millones de decisores privados; quién no conoce a alguien que gastó sus ahorros en pagar la entrada y las primeras letras de un piso con un precio astronómico, sin tener la más mínima intención de vivir en él, sino con el fin de "darle el pase" y ganar una generosa plusvalía. Era lo que hacían todos, y tonto el último. Cuando la burbuja estalló, se desencadenó la crisis que hoy vivimos y provocó el descenso de la recaudación de impuestos que ha llevado al incremento del déficit público y la necesidad de financiarlo con deuda. Si esto no es un ejemplo de asignación ineficiente de recursos en un mercado libre, yo no sé qué lo sería.

Ante este estado de cosas, los dirigentes europeos se condenan a repetir los errores del pasado. En los primeros años 30 del siglo pasado, Alemania impuso una política de equilibrio presupuestario en plena Gran Depresión, que llevó al país a una recesión más profunda que en el resto de Europa, ayudando al crecimiento del nazismo y lo que vino después. La hiperinflación de los años 20 marcó la mentalidad alemana más de lo que lo hizo el horror nazi, pues sobre este último hecho se impuso un olvido, como bien expuso Sebald en su ensayo "Sobre la historia natural de la destrucción", mientras que la lucha contra la inflación se impuso como condición para acceder a sustituir el marco por el euro, y así está establecido en los estatutos del Banco Central Europeo.

Quiero dejar una cita:

"La facultad de adaptación es característica de la Humanidad. Pocos son los que se hacen cargo de la condición desusada, inestable, complicada, falta de unidad y transitoria de la organización económica en la que ha vivido la Europa occidental durante el último medio siglo. Tomamos por naturales, permanentes y de inexcusable subordinación algunos de nuestros últimos adelantos más particulares y circunstanciales y, según ellos trazamos nuestros planes. Sobre esta cimentación falsa y movediza proyectamos la mejora social (...). Movido por ilusión malsana y egoísmo sin aprensión, el pueblo alemán subvirtió los cimientos sobre los que todos vivíamos (...). Pero los voceros de los pueblos francés e inglés han corrido el riesgo de completar la ruina que Alemania inició (...). Se cernía sobre la escena la sensación de una catástrofe inminente: insignificancia y pequeñez del hombre ante los gandes acontecimientos que afrontaba; sentido confuso e irrealidad de las decisiones; ligereza, ceguera, insolencia, gritos de fuera -allí se daban todos los elementos de la antigua tragedia-."

John Maynard Keynes, introducción de "Las consecuencias económicas de la paz" (1919).


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