Una vez que se ha dado marcha atrás con el referéndum griego, todo parece indicar que lo del primer ministro Papandreu ha podido ser un error de cálculo político, aunque su intencionalidad parecía bastante clara: se trataba de colocarse en una posición en la que pudiese negociar con más fuerza con la Unión Europea. Y a pesar de este fracaso, se puede decir que ha logrado su objetivo: hoy Grecia está en una posición más fuerte, y ha forzado a los líderes europeos a asumir la realidad. Esta no es otra que una Europa donde es necesario un replanteamiento total.
Muchos de los problemas que hoy tiene Grecia, y de rebote todos sus socios, vienen de la nefasta gestión de la crisis de la deuda y del fraude presupuestario. No hay duda de que el retraso en la adopción de soluciones verdaderas no ha hecho más que agravar la situación y hacer más difícil la resolución de la misma. Hoy el déficit y la deuda son mayores, no sólo en Grecia sino también en España, Italia, Francia o Bélgica, y no sólo eso, sino que ahora además se habla de fin del euro y explosión de la Unión Europea. Para llegar hasta aquí no habrían hecho falta tantos viajes.
Mi visión es que el diagnóstico de la situación ha sido erróneo desde el principio. Y ello es debido en buena parte a la naturaleza de los analistas encargados de realizarlo. La mayoría de los que hoy opinan sobre economía son antiguos o actuales empleados de entidades relacionadas con el mundo financiero, ya sean bancos, fondos de inversión o agencias, y ello condiciona su visión de las cosas: tienen tendencia a considerar que el mundo es únicamente una masa monetaria, y cualquier problema que irrumpe en el escenario se ve como una anomalía en un modelo de proyección financiera. Y aunque el componente financiero (de deuda) de la crisis es fundamental, el contagio a la mal llamada economía real la ha convertido en algo más complejo que no puede resolverse con apelaciones a la austeridad. No se trata ya de alteraciones en el balance de los bancos o de los Estados, que pueden resolverse con la llegada de capital fresco. Se trata de que la economía se ha parado, las instalaciones productivas funcionan bajo mínimos y no se renuevan, no se invierte en investigación y desarrollo, y Europa corre el riesgo cierto de verse definitivamente rezagada.
Alguna de las medidas que ya hemos apuntado varias veces en este blog, como la bajada de tipos de interés, ya se están empezando a tomar, aunque dolorosamente tarde. Todo apunta que se seguirán dando más pasos, como convertir al BCE en el prestamista de último recurso, única medida que calmaría a los mercados, como ocurrió en EEUU. Será necesario además que pueda darle a la maquinita de imprimir billetes, y que se avance en la coordinación de las políticas fiscales. De ese modo, no serían necesarias las tan temidas cesiones de soberanía, y desde luego se evitarían los espectáculos bochornosos como la modificación de la Constitución en España por la puerta de atrás, medida que el tiempo ha revelado completamente inútil. Sin embargo, lo principal todavía debe plantearse: debe sustituirse la austeridad por programas de expansión que pongan en funcionamiento la economía productiva. Lo que está pasando en Europa es muy grave y muy triste, y a muchos nos está arrasando por la vía del paro, pero también puede ser la oportunidad para convertir por fín este viejo proyecto político de unión en una realidad más próxima a los sueños de los que lo iniciaron hace 60 años. Permítanme por una vez, con la que está cayendo, que sea optimista.
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