Al retomar este blog después de dos meses de parón, me encuentro con que la situación sigue estancada en el mismo punto en que lo dejamos. Sin embargo, cada vez es mayor el consenso acerca de que el mito de la "austeridad expansiva" es una estafa. Han tenido que pasar dos años para darnos cuenta, dos años perdidos en los que todo se ha ido deteriorando, como un edificio a medio construir paralizado y expuesto a los elementos. Curiosamente, el único sitio donde no se acepta que son necesarias políticas expansivas de crecimiento para salir de la crisis es en Merkozylandia, país donde los datos no son datos. Los que durante algún tiempo hemos hecho el papel de Pepito Grillo seguiremos insistiendo en nuestra idea: hace más de 70 años que disponemos de las herramientas necesarias para resolver situaciones como la actual, el misterio es por qué no queremos utilizarlas.
Cuando parece que la crisis griega puede resolverse por fin al gusto de los bancos alemanes (aunque está todavía por ver si esta es la definitiva), la siguiente pregunta es: ¿y ahora, qué? Parece ser que ahora más paro, más recesión, más ajustes, más recortes sociales, y así hasta el infinito. El hada de la confianza aparecerá por fin y nos rescatará, nos dicen, pero hasta ahora nadie la ha visto.
Es aterrador pensar que no hemos aprendido nada de crisis anteriores y que finalmente actuamos como nuestros retatarabuelos, que ofrecían sacrificios a los dioses para aplacar su ira. Hoy se juega del mismo modo con el miedo de la gente: miedo al déficit, miedo a la deuda, miedo a lo que nos harán los mercados si no hacemos lo que nos piden, miedo a la democracia. Sacrificamos sueños de jóvenes que se sienten estafados, de padres de familia que se quedan en paro, de mayores que ven reducidas sus pensiones ya mínimas.
Debe actuarse a corto plazo de manera urgente. Por supuesto que son necesarias reformas: laboral, administrativa, educativa y financiera. Pero estas reformas, aun siendo imprescindibles, tendrán efecto a medio plazo, en el mejor de los casos. Y sobre todo, no evitarán futuras crisis, sino que como mucho harán que éstas sean menos violentas. Por cierto, sobre las reformas habría que discutir acerca de cuáles queremos hacer, porque parece que se impone la idea de que la única reforma posible es la eliminación de regulaciones y de derechos. La falta de debate sobre estos temas es muy preocupante.
Para actuar en el corto plazo no nos queda más remedio que movilizar todos los recursos disponibles para estimular el crecimiento, y debe hacerse ya, cuando en Estados Unidos y Japón llevan ya dos años aplicándolas. Lo contrario será condenar a varias generaciones a un estado de semiprobreza, y sobre todo hipotecar las posibilidades de futuro de toda Europa.
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