miércoles, 28 de septiembre de 2011

Recortes

Una de las consecuencias más visibles de la crisis, que recordemos que dura ya cuatro años, es que ahora todo el mundo parece tener nociones de economía. PIB, déficit público, deuda, rating, hedge funds, swaps, hipotecas subprime, consolidación fiscal... son conceptos que en mayor o menor medida estaban fuera del conocimiento y de las conversaciones de la mayoría de la gente. Muchos lo consideraban incluso de mal gusto, del mismo modo que hablar de política. Ese desinterés era consecuencia de distintos factores, de los que en mi opinión el más determinante era el largo período de prosperidad y bienestar, que con escasos altibajos se prolongaba en Europa y EEUU desde la 2ª Guerra Mundial, y que ayudó también a nuestro país tirando del mismo a partir de diversas palancas (Plan de Estabilización de 1959, Pactos de la Moncloa, entrada en la Comunidad Europea con sus correspondientes fondos de cohesión). La mente colectiva era así en 2007 un gran lienzo en blanco, en el que todo tipo de ideas podían ser acogidas como necesarias respuestas al torrente de dudas y preguntas que empezaban a plantearse. Muchos aprovecharon con rapidez la circunstancia para enriquecerse escribiendo libros que supuestamente ofrecían explicaciones, respuestas, en lenguaje sencillo, "para que todo el mundo lo entienda", demagógicos en definitiva. Recetas de todo tipo, remedios infalibles, herederos de los charlatanes de feria.
En toda esta maraña, una idea madre se abre paso como resumen de todas ellas: la austeridad. La crisis es consecuencia del despilfarro, sobre todo de los gobiernos (da igual que sean nacionales, supranacionales, locales o regionales, ni uno sólo ha sido capaz de hacer las cosas bien, todos "sin excepción" han despilfarrado; ya suena un poco extraño), aunque también de las familias y las empresas. Por tanto, la solución es poner fin a ese despilfarro, administrando los gastos como un buen padre de familia.

El principal defecto de este análisis es que es mentira. Si bien es cierto que se han cometido abusos en gastos del sector público, no es menos cierto que esta ola de ajustes que estamos sufriendo lo único que no toca son esos gastos superfluos, centrándose por el contrario en Educación y Sanidad, pilares de la sociedad común que nuestros padres construyeron con mucho esfuerzo, aquellos que decían que querían un futuro mejor para sus hijos. La causa de la crisis, o más bien su detonante, ha sido el exceso de apalancamiento, fundamentalmente del sector privado. ¿Y quién ha provocado tal cosa? Tan culpable es el que presta como el que toma prestado, se dice con algo de razón, pero no se puede obviar que el sistema financiero tiene la sartén por el mango. La historia de los cracs financieros no se limita a los últimos cien años, sino que es tan vieja como el comercio. En todos los casos el mecanismo es similar, y resumiendo mucho se puede explicar por el peso de las expectativas en la toma de decisiones por los sujetos económicos, que provoca excesos de capacidad y de oferta. Cuando se hace patente que la demanda no puede sostener esos excedentes financiados con deuda, cualquier chispa hace estallar el sistema. La dinámica positiva se convierte así en un círculo vicioso, que se ve acentuado por decisiones políticas como la de la austeridad a toda costa, que lo que hacen es debilitar aún más la economía.

La solución la dió Keynes hace ya más de 75 años. En otros posts hablaremos de ello.

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