Tras el "rescate" del pasado fin de semana, independientemente de su consideración como una línea de crédito a la banca española o como un auténtico rescate a toda nuestra economía, la pregunta que todo el mundo se hace es: ¿y ahora qué?. Ha bastado un día para comprobar que la medida no va a funcionar, probablemente porque los mercados entienden mejor que los líderes europeos que mientras no haya una recuperación de la actividad económica, con un crecimiento sostenido, no será posible un escenario en el que se reduzca el riesgo de impago. Un deudor que ve como sus ingresos menguan de forma constante, y lo que es peor, se ve sometido a políticas de austeridad que ahondan ese problema, sólo consigue ganar tiempo con una refinanciación de su deuda, pero no aumenta sus posibilidades de devolverla en el futuro. Cada vez son más los que ven la lógica de este razonamiento, al constatar el fracaso de las políticas de ajuste y austeridad tras más de tres años. Hoy, Irlanda, Portugal y no digamos Grecia, están en mucha peor situación que cuando fueron rescatadas, y eso no dice nada bueno de lo que puede esperarle a España, y a no mucho tardar, a Italia.
Pero dejando a un lado lo anterior, que en este mismo blog se puso de manifiesto hace ya meses, lo que cabría preguntarse también es por qué los economistas han fracasado tan estrepitosamente, y lo siguen haciendo. No tiene sentido plantear el fracaso a la hora de prever la crisis, su dimensión y sus consecuencias. Por la propia naturaleza cada vez más compleja de la economía, es difícil adivinar el momento en que se producirá un crac financiero, pero lo que sí podemos estar seguros es de que ocurrirá, a pesar de que el prolongado período de expansión a partir de los 90 nos pudo llevar a pensar que el problema de los ciclos económicos estaba resuelto. Está claro que no es así, y que de nuevo nos hemos visto abocados a una espiral de destrucción de valor de los activos y a un pánico bancario a escala global. Pero precisamente porque no es la primera vez que ocurre, se trata de un fenómeno bien estudiado. La literatura económica sobre las causas y los efectos de la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX es abundante, y durante mucho tiempo existió un consenso bastante generalizado en la profesión en torno a la teoría keynesiana y su propuesta de cómo utilizar la política fiscal y monetaria para combatir los efectos de la crisis. El por qué a pesar de las evidencias sobre la ineficacia de las políticas de austeridad (lo que llaman la "escuela austríaca"), cuando no su fracaso absoluto, no utilizamos las herramientas keynesianas, es bastante misterioso, y quizá tenga que ver más con la política que con la economía. Pero también hay sin duda un pecado de complacencia de los economistas, adormecidos por el largo período de prosperidad. Como dijo alguien, es difícil que alguien entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda.
Pero son tiempos de liderazgos débiles y de pobreza intelectual.
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