martes, 2 de junio de 2015

¿DE QUÉ SIRVE LA EXPERIENCIA?

A tenor de los datos sobre el paro y su incidencia en distintos segmentos de la población, cabe preguntarse si la experiencia como factor diferenciador de éxito está sobrevalorada. Los discursos oficiales nos dicen lo contrario, que haber ocupado diferentes puestos, tener una formación pre-LOGSE, haber vivido los dorados 80, son elementos que aseguran una exitosa carrera profesional casi en cualquier circunstancia. Los nacidos en los 60-70 son ahora, nos dicen, el establishment en nuestro país, dominan los puestos de mando en las principales empresas, son líderes de opinión, se valora su trayectoria y se les invita a todas las fiestas. ¿Es esto así?

Se discute acerca de cuál es la generación mejor preparada de la historia, y se admite de forma general que los jóvenes actuales ocupan ese trono, basándonos en el porcentaje de graduados universitarios (ya no se lleva lo de licenciados), másteres, idiomas y demás aditivos al curriculum. Se ven obligados a salir fuera para poder aprovechar las oportunidades que su propio país no es capaz de ofrecerles, por la miopía de unos políticos que, en su mayoría, pertenecen a esa generación anterior ahora en la cumbre. También se argumenta que los que ahora ocupan los puestos de privilegio no les facilitan las cosas, que prefieren prolongar su reinado e impedir la necesaria renovación, ofreciendo sólo puestos de becario con nulas posibilidades reales de promoción. De ser esto así, ¿por qué es misión imposible para alguien con más de 45 años y un nivel de formación medio alto encontrar hoy un puesto de trabajo, cualquier puesto de trabajo?

Varias razones se amontonan: dificultades de adaptación a entornos dinámicos, problemas con la informática, gap idiomático, obligaciones familiares, salud, corta vida laboral pendiente, costes laborales altos, y así podemos seguir. Todo lo anterior puede ser verdad, como también los argumentos que se den a favor de este tipo de personas, pero desengañémonos, el motivo es otro.

Desde hace ya 8 años se está poniendo de manifiesto la incapacidad de la economía española de alcanzar su capacidad productiva potencial. Ello incluye activos inmobiliarios, fábricas, maquinaria, infraestructuras, y por supuesto el susodicho capital humano. La demanda es muy débil, y ello provoca que todo lo anterior esté infrautilizado, y lo que es peor, se vaya deteriorando debido precisamente a esa falta de uso. En el caso de las personas hay que añadir la desesperación, la falta de esperanza, la tristeza, el desánimo. La debilidad de la demanda hace que se necesiten menos personas en aquellos puestos en los que en teoría se deberían capitalizar los conocimientos y la experiencia, y los que no han perdido su puesto se agarran al mismo con fiereza. No se tienen en cuenta candidaturas de personas con larga trayectoria por miedo a que nos quiten el puesto o desnuden nuestra ineficacia. Y mientras tanto, el tiempo pasa. De poco sirven los esfuerzos reeducativos para ponernos al día, las intentonas de autoempleo, las buenas palabras de ánimo, el coaching para alimentar la autoestima. Las personas de más de 45 han sido víctimas de un sistema cruel, que las ha usado para poner en pie todo lo que hoy tiene algún valor, y no se les ha dejado obtener la recompensa.

Aquí seguimos.

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