domingo, 13 de noviembre de 2011

Contra el dogma

Quienes hayan seguido un poco las opiniones que reflejo en este blog se habrán percatado sin duda de que insisto una y otra vez en una serie de ideas, en relación con los problemas que la crisis ha generado y las políticas que se están adoptando. Mis consideraciones acerca de que la austeridad no funciona y de que el diagnóstico que se ha hecho de la crisis es erróneo no proceden de una orientación ideológica predeterminada, sino del puro y simple análisis de los hechos, y sobre todo, del estudio de las experiencias anteriores. El ser humano es el único que tropieza, no dos veces, sino infinitamente, con la misma piedra. Tal vez el motivo sea un cierto deseo narcisista de sentirnos únicos y originales, de vanidad de superar a nuestros antecesores, desde luego mucho más ingenuos que nosotros. Por eso, solemos despreciar los ejemplos que la historia nos brinda.

Cuando he defendido las incoherencias del análisis que han hecho los guardianes de la ortodoxia, me he apoyado frecuentemente en mis propias experiencias durante muchos años en un sector de la construcción hoy estigmatizado, y también cuando trabajé en el sector inmobiliario. Ello me permitió vivir y conocer desde dentro cómo se gestó la burbuja, y sobre todo me dió la oportunidad de conocer de primera mano las motivaciones y los mecanismos que estaban detrás de las decisiones que se tomaron, y por ello puedo opinar con conocimiento de causa. Pero también he recurrido a las enseñanzas de la historia económica, y más en concreto, de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Cuando el presidente Roosevelt puso en marcha su vasto programa de estímulo, lo que conocemos como el New Deal, la economía estadounidense se puso de nuevo en marcha, pero el miedo a la deuda hizo que en 1937 se volviese a una política de austeridad que devolvió al país a la recesión, por haber retirado los estímulos demasiado pronto. Ese guión lo estamos viendo repetido hoy en Europa. Pero hay otro ejemplo mucho más reciente, el de Japón en los 90. Y hoy lo ha recordado en una entrevista en El País el economista jefe del banco de inversión japonés Nomura, Richard Koo. Creo que sus palabras deberían ser un aldabonazo en la conciencia de los políticos europeos, pero también en la de los ciudadanos comunes, que viven en un grandioso engaño colectivo que les impulsa a creer que hay que ser austero para salir de la crisis.

Me van a permitir que transcriba en este blog sus palabras, pues son el mejor análisis que he visto hasta la fecha de la crisis. Dice Koo:

"La economía japonesa cabalgaba a lomos de una burbuja enorme, inmobiliaria y de crédito, que explotó en 1990. Desde entonces, sus políticos han intentado aplicar todo tipo de curas sin apenas éxito. El diagnóstico fue equivocado. No supimos ver que el país estaba aquejado de una rara enfermedad económica que se da una vez en un siglo, muy parecida a la que afronta ahora casi todo el Atlántico Norte, cuyas autoridades demuestran a diario que no han aprendido nada de la experiencia japonesa. Las consecuencias para Japón fueron dos décadas perdidas; si Europa persiste en su pésima gestión, le queda por delante década y media de crisis. El diagnóstico erróneo, en Europa, es pensar que esta es una crisis fiscal. Falso: la crisis empezó en el sector inmobiliario estadounidense y se transformó en una tormenta financiera global. Y sigue siendo una crisis bancaria, que ha acabado contagiando a la economía (el cierre del grifo del crédito degeneró en desempleo y recesión) y a las cuentas públicas (castigadas por las ayudas a la banca y los costes del Estado de bienestar en pleno desplome económico). Ha contagiado incluso una suerte de aluminosis al edificio institucional europeo, incapaz de mostrarse resolutivo en unos rescates que parecen más diseñados para salvar a los bancos que para ayudar a los países con problemas. Las entidades financieras, en especial las alemanas, están cargadas de activos tóxicos (y de deuda pública, que va camino de alcanzar ese estatus). En España, la toxicidad procede de un empacho de ladrillo. Pero Berlín y Bruselas están convencidos de que la crisis es esencialmente fiscal, y que el remedio es una sobredosis de ajustes vía BCE, FMI, reformas constitucionales, lo que sea. Es un completo disparate.

En esas condiciones, cuando la demanda privada es anémica, cuando ni siquiera hay crédito, sólo el sector público puede dar un volantazo para evitar la agonía. Así lo hizo Japón en los noventa, y el mundo entero tras la quiebra de Lehman. Esa reacción suele ser automática. Luego llega lo difícil, el momento del pánico: en 1997 Japón cometió un error fatal, se asustó del abultado déficit en un país envejecido, estancado, sobreendeudado: ¿suena familiar? Entonces puso en marcha un duro plan de austeridad y subió impuestos: ¿también le suena? Y eso dio paso a una recesión profunda y al colapso de la banca: eso aún no le suena, pero le va a sonar. EE UU aún no se ha asustado tanto, pero Europa es otra historia: esas curas de austeridad que receta Alemania son contraproducentes. Si querían reducir el déficit, van a tener lo contrario: una recesión como la que viene es la mejor manera de que la crisis fiscal empeore. Sin estímulos, a Europa le espera una larga temporada de atonía y a España dos décadas perdidas a la japonesa.

La deuda japonesa está en el 200% del PIB, la estadounidense y británica en máximos, y en cambio los intereses que pagan esos países son bajísimos. Hay una razón: los ciudadanos tienen miedo, ahorran mucho y compran deuda pública: por eso los intereses son mínimos y aún hay margen para el estímulo. Europa y su crisis fiscal morrocotuda no son una excepción. La única diferencia es que al compartir el euro, el ahorro de los españoles vuela a Alemania, el país más seguro y sin riesgo de tipo de cambio. Gran parte del ahorro europeo va a los bonos alemanes, que paga intereses irrisorios. ¿Qué hace Alemania con ese dinero? Nada de nada. Pero quizá eso cambie: la recesión les va a golpear. Van a tener que gastar.

La lluvia de liquidez sobre la banca no sirve: la política monetaria es inútil. Hay que volver a los estímulos fiscales. Y anunciar que se va a impedir, en el plazo de unos años, que los ciudadanos de un país inviertan en la deuda de otro país europeo. De esa manera la deuda de cada país será proporcional al ahorro interno y eso impedirá cosas raras.

En cuanto a los bancos, hay que darles tiempo y dinero para que se quiten la basura de los balances y no cierren el crédito. Trichet dijo que la ciudadanía no está preparada para aceptar una segunda ronda de ayudas a la banca, pero ese era su trabajo: convencer a la gente de que eso es imprescindible. Trichet debió ser despedido por no hacer su trabajo.

¿Y España? Si el próximo Gobierno sigue con los recortes la recesión será muy dura, el paro crecerá y el déficit aumentará. Mirar solo las cuentas públicas no es suficiente: hay que ver lo que sucede en el sector privado, que está tratando de reducir deuda a toda costa. Si el sector público también lo hace, la cosa se complica. La respuesta está en una Europa menos atrapada por los prejuicios. Hay que suavizar los ajustes, arreglar los bancos y hacer que quienes tienen margen estimulen su economía. Alemania se benefició durante años de la política económica europea. Cuando peor le iba, la eclosión de sus exportaciones no se dirigió hacia Asia ni EE UU, sino hacia Europa. Es el momento de que los alemanes devuelvan a los europeos el favor que les hicieron cuando las cosas les iban mal, cuando disfrutaron de tipos bajos y de la flexibilidad que ahora ellos no conceden a sus socios.

Los chinos han comprendido los problemas mejor que nadie. En 2009 pusieron en marcha uno de los paquetes de estímulo más ambiciosos y mejor orientados del mundo. Luego siguieron con ellos: son una dictadura, gracias a ello se lo pueden permitir. Mientras Europa y EE UU discuten de riesgo moral, de Keynes y Hayek, de estímulos y austeridad cargados de dogmas, China está a otra cosa. A quienes advierten de una burbuja hay que decirles que los chinos nos pueden dar lecciones de realismo. A la Europa contemporánea construida con esa extraña mezcla de creencias cristianas y dudas griegas, que decía Polanyi, hay que añadirle ahora ciertas dosis de realismo chino y las enseñanzas de la experiencia japonesa para recuperar el aliento.

1 comentario:

  1. Hola Ramon de otro Ramon de Fedea
    -En los años 1984-1989, la inversión bancaria en la construccion produjo grandes beneficios en la bolsa.Despues vino la depreciación del yen con el dolar, se subieron los tipos de interes....y
    -En 1989 estallo su burbuja inmobiliaria (parecida a la de Irlanda y a la de España). (ver Minsky) Se entro en deflación, se bajaron los intereses casi al 0 % (como en la actualidad), el precio de la vivienda fue cayendo durante una decada
    -En 1998 se retiraron los estimulos porque se penso que Japon no podia asumir mas deuda
    -No se soluciono a tiempo el problema con bancos zombies, el tandem bancos-estado en vez de solucionar los problemas los agravaron mas. (ver Kabayaski)
    http://articulosclaves.blogspot.com/2010/11/recesion-de-balance-richard-koo.html
    ....y suerte

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